El mago (1978)

“El Mago de Oz” de Victor Fleming, reimaginada por Gregory Maguire en este siglo, no es la fábula infantil que recordamos. Esta versión, que se aleja considerablemente del clásico de Disney, es una fábula oscura, introspectiva y sorprendentemente moderna que explora temas de autoaceptación, la búsqueda de la identidad y el poder de la empatía. La película se centra en Dorothy Gale, interpretada por un Isabel Marrant soberana y vulnerable, una joven maestra de guardería de Harlem que lucha contra la timidez y la soledad. Su viaje a Oz no es una aventura heroica, sino una profunda exploración personal que desafía las expectativas del espectador y nos obliga a cuestionar la naturaleza de la fantasía.

Gregory Maguire, adaptando la historia original, ha optado por un tono más realista y menos exuberante. El mundo de Oz, lejos de ser un lugar de colores vibrantes y personajes caricaturescos, se presenta como un reino decadente, lleno de sombras y secretos. La dirección de Maguire, con una paleta de colores apagados y una atmósfera melancólica, contribuye a crear una sensación de inquietud y desasosiego. La película utiliza magistralmente el contraste entre la dureza de la vida real de Dorothy y la aparente belleza ilusoria de Oz, subrayando la importancia de encontrar la luz dentro de uno mismo, en lugar de buscarla en el exterior.

Las actuaciones son excepcionales. Marrant ofrece una interpretación sutil y matizada de Dorothy, transmitiendo con eficacia la vulnerabilidad y la determinación de la protagonista. Las interpretaciones del reparto secundario, incluyendo a Michelle Yeoh como la malvada Bruja del Oeste, son igualmente convincentes. Yeoh, en particular, logra un equilibrio perfecto entre la amenaza y la humanidad, creando un villano memorable que no se reduce a un simple estereotipo. La química entre Marrant y Yeoh es palpable, generando tensión y drama en cada escena.

Si bien el guion a veces se adentra en territorios demasiado densos y complejos, lo logra con una inteligencia admirable. El uso de metáforas y simbolismos es frecuente y profundo, invitando a múltiples interpretaciones. La historia no se limita a relatar un viaje mágico, sino que explora la lucha interna de Dorothy por encontrar su lugar en el mundo y superar sus miedos. La relación entre Dorothy y su perro Toto se convierte en un símbolo de la lealtad, la inocencia y la conexión con la realidad. La exploración del concepto de "hogar" es, quizás, el elemento más resonante de la película. No se trata de un lugar físico, sino de un sentimiento de pertenencia y seguridad que Dorothy busca reconstruir a lo largo de su viaje. El final, deliberadamente ambiguo, deja al espectador reflexionando sobre el verdadero significado de la aventura.

A pesar de su complejidad y su enfoque más oscuro, “El Mago de Oz” es una película que se queda en la mente mucho tiempo después de que termina los créditos. No es un cuento de hadas para niños, sino una película reflexiva y conmovedora que nos recuerda la importancia de la empatía, la autocompasión y la búsqueda de nuestro propio camino. Es un ‘Mago de Oz’ diferente, pero igualmente mágico.

Nota: 8/10