El mañana nunca muere (1997)

“El mañana nunca muere” es, en esencia, una película de espías moderna y estilizada que, sin embargo, no logra alcanzar el fulgor de los clásicos del género. La película, dirigida con maestría por Oliver Stone (sí, ese Oliver Stone), se presenta como una elegante y a veces fría exploración de la ambición desmedida y las consecuencias de la manipulación mediática. Stone, conocido por su enfoque político y social, logra imprimir una atmósfera particular, un aura de inquietud persistente que impregna cada escena, a pesar de la acción frenética que se desarrolla en sus pantallas.

La trama, aunque arriesgada, se centra en Elliot Carver, interpretado con una frialdad glacial por Leonardo DiCaprio. DiCaprio ofrece una actuación cautivadora, transmitiendo una sensación de incomodidad y deshumanización progresiva a medida que su personaje se adentra en un mundo de poder y traiciones. Sin embargo, la película no profundiza lo suficiente en la psicología de Carver, relegando su motivación a un simple deseo de consolidar su imperio mediático. La película, por lo tanto, se enfoca más en los efectos de sus acciones que en la exploración interna de su personaje. Esta falta de complejidad afecta a su interpretación, haciéndolo, en algunos momentos, más un instrumento narrativo que un personaje complejo.

El guion, a cargo de Graham Moore, es un entramado de suspense y conspiraciones que, aunque bien construido en su estructura, presenta algunos agujeros y momentos de lógica cuestionable. La idea de que la manipulación de la opinión pública a través de medios de comunicación pueda desencadenar un conflicto internacional es, en esencia, muy actual y perturbadora. La película aborda la problemática de la desinformación con una precisión inquietante, pero su ejecución no siempre es impecable. Algunos diálogos son demasiado expositivos y otros, simplemente, carecen de la chispa que harían que la trama fuera más convincente. La relación entre Bond, interpretado por Pierce Brosnan, y Carver es interesante, aunque se limita a un intercambio de miradas y posturas retóricas, sin alcanzar una profundidad emocional real.

Visualmente, “El mañana nunca muere” es una experiencia cinematográfica impactante. La fotografía, a cargo de Stuart Baird, utiliza una paleta de colores apagados y dominada por tonos grises y azules, contribuyendo a la atmósfera opresiva y de paranoia. La dirección artística es impecable, creando escenarios lujosos y decadentes que reflejan la corrupción y el poder que impregnan la historia. La banda sonora, compuesta por Antonio Sánchez, es efectiva, con un ritmo constante que acompaña la tensión creciente de la trama. El uso de efectos especiales es mínimo, pero bien integrados al estilo visual y narrativo de la película. Se busca un realismo que, en parte, contrasta con la ambición del personaje principal.

A pesar de sus defectos, “El mañana nunca muere” es una película que invita a la reflexión sobre el papel de los medios de comunicación en la sociedad y las consecuencias de la ambición desmedida. Si bien no alcanza la grandeza de otras películas de James Bond, ofrece un entretenimiento inteligente y una visión inquietante del presente.

Nota: 7/10