El milagro de P. Tinto (1998)

“El Milagro de P. Tinto” no es una comedia que busca la hilaridad estridente, sino una observación sutil, a veces agridulce, sobre la esperanza, el deseo y las expectativas familiares. Javier Fesser, en su dirección, logra construir una atmósfera particular, una mezcla de lo grotesco y lo entrañable, que se mantiene durante toda la duración de la película. No es un ejemplo de la comedia más brillante del director, pero posee una calidad narrativa que la eleva por encima de la simple broma. Fesser maneja con maestría el ritmo, permitiendo que la situación absurda –la llegada de dos niños marcianos– se desarrolle con un naturalismo desconcertante que es a la vez cómico y conmovedor.

La película se centra en la transformación de P. Tinto (interpretado con una vulnerabilidad sorprendente por José Luis Pérez), un sacerdote que, a pesar de su vocación, alberga un deseo profundamente humano de formar una familia. La llegada de estos niños extraterrestres no es una solución mágica, sino el catalizador que le permite confrontar sus propias frustraciones y cuestionar sus convicciones. Fesser evita caer en el melodrama sentimental, sino que se centra en mostrar las consecuencias emocionales de esta situación inusual en la vida de P. Tinto y, por extensión, en la de su esposa. La comedia se entrelaza con momentos de genuina reflexión, explorando la idea de que la felicidad, la familia y el propósito son conceptos que pueden encontrarse en lugares inesperados.

Las actuaciones son, en su mayoría, excelentes. José Luis Pérez ofrece una interpretación magistral, transmitiendo con sutileza la evolución del personaje. La química entre él y Ana Morena, que interpreta a su esposa, es palpable y contribuye significativamente al tono de la película. También es notable el trabajo de los niños que interpretan a los marcianos, quienes logran capturar la inocencia y la extrañeza de sus personajes de forma convincente. Aunque algunos de los efectos especiales son algo datados por los estándares actuales, la dirección artística y el diseño de producción ayudan a crear un ambiente fantástico que se integra bien con la narrativa.

El guion, adaptado de la obra de teatro de Fernando Larraín, es inteligente y bien construido. La trama, aunque aparentemente sencilla, plantea cuestiones más profundas sobre la naturaleza humana y la búsqueda de la felicidad. La película no se rehúye a la ironía y el humor negro, pero también le da espacio a momentos de ternura y complicidad. La obra de Larraín se ha traducido con éxito al cine, conservando su esencia y enriqueciendo algunos aspectos con la cinematografía. La película, a pesar de su tono particular, invita a la reflexión y al disfrute. Es una comedia familiar que, más allá de la risa, plantea preguntas importantes sobre lo que significa ser feliz y sobre la importancia de las conexiones humanas.

Nota: 7.5/10