El monstruo de tiempos remotos (1953)

“El Monstruo de Tiempos Remotos” es, en esencia, un espectáculo visual grandioso que apunta más a la adrenalina y el espectáculo de los efectos especiales que a una narrativa profunda y memorable. A pesar de su premisa tan audaz como descabellada – la reanimación de un dinosaurio tras la explosión de una bomba atómica en el Ártico – la película, dirigida por Alex Garland, se siente sorprendentemente vacía en el corazón. Garland se atreve a jugar con la idea de la memoria y la pérdida, pero, al final, las ideas quedan meras pinceladas superficiales en un lienzo dominado por la escala y la acción.

La dirección de Garland se distingue por su meticulosidad en la creación de la atmósfera. Las escenas de Nueva York, especialmente las que muestran la ciudad siendo invadida por el monstruo, son visualmente impresionantes. Los diseñadores de producción y los responsables de los efectos especiales han trabajado con maestría para recrear un caos futurista y amenazante. Sin embargo, esta belleza visual, aunque innegable, no compensa la carencia de un guion que, a pesar de su complejidad conceptual, se siente desordenado y, en ocasiones, confuso. La película se diluye en excusas argumentales y en momentos de diálogo que resultan poco convincentes. Se intenta explorar el trauma, la culpa y la conexión humana, pero el tratamiento es a menudo torpe y se siente forzado.

Las actuaciones son sólidas, aunque no sobresalientes. Joaquin Phoenix, en el papel del protagonista, Leo Verme, ofrece una interpretación contemplativa y reticente, transmitiendo con eficacia el peso de sus pérdidas y su creciente desesperación. Jessica Chastain, como la doctora Kate Buckley, es notable por su intensidad y su capacidad para proyectar una determinación frágil. No obstante, el guion no les permite desarrollar plenamente sus personajes, relegándolos a roles de soporte en una narrativa centrada en el espectáculo visual. La dinámica entre el protagonista y la doctora Buckley, potencialmente la más interesante, se ve eclipsada por la magnitud del monstruo.

El manejo del ritmo es otro punto débil. La película alterna entre momentos de acción frenética y pasajes contemplativos que, aunque diseñados para generar suspense, terminan por resultar lentos y desconectados. El guion parece incapaz de decidir si se quiere ofrecer una película de terror, un thriller de ciencia ficción o una reflexión existencial, resultando en una mezcla incoherente. La utilización de la memoria y el sueño como elementos narrativos es interesante, pero su implementación es poco consistente y a menudo redundante. El juego con la percepción de la realidad, aunque presente, no logra generar el impacto deseado. En definitiva, la película pretende desvelar verdades incómodas sobre la condición humana, pero se queda en la superficie, ofreciendo un discurso vacío envuelto en una puesta en escena deslumbrante.

Nota: 6/10