El número 23 (2007)

“El Número 23” (2007), dirigida por Joel Schumacher, es una película que, en lugar de entretener con un thriller convencional, se instala como una inquietante experiencia mental. No se trata de un thriller en el sentido tradicional, repleto de persecuciones y explosiones; sino de una película que explora los límites de la percepción, la fragilidad de la mente y el poder destructivo de la paranoia. La película, basada en la novela homónima de Patterson, se centra en Walter Finch, interpretado por Jim Carrey, un hombre que, tras un incidente traumático, se obsesiona con un libro que, extrañamente, parece replicar con precisión detalles de su vida, incluyendo incidentes de violencia y desconfianza. Esta obsesión lo lleva a un descenso a la locura, convencido de que el número 23 es la clave de una conspiración global y de una amenaza inminente.

La dirección de Schumacher es deliberadamente claustrofóbica. Utiliza ángulos de cámara inusuales, iluminación sombría y montajes que reflejan el estado mental fragmentado de Walter. La película se beneficia enormemente de la atmósfera opresiva que construye, transmitiendo de manera efectiva la creciente ansiedad y desorientación del protagonista. Aunque el ritmo puede sentirse pausado para algunos espectadores acostumbrados a la acción hollywoodense, este ritmo deliberado permite que la tensión se acumule de forma gradual y realista, lo que contribuye a la sensación de inminente desastre. Es un recurso que, si bien no es innovador, está bien ejecutado para el tema que aborda.

Jim Carrey ofrece una interpretación particularmente admirable. Lejos de su habitual comedia, aquí presenta un Walter Finch vulnerable, neurótico y cada vez más desesperado. Su actuación es sutil y matizada, transmitiendo la angustia interna de un hombre que lucha por mantener el control de su realidad. La transformación de Carrey, de cómico a víctima de la paranoia, es el corazón de la película y una de las claves de su impacto. La interpretación de actores secundarios, como Sean Faris, también es sólida, aunque su personaje se queda en el papel de catalizador para la locura de Finch.

El guion, adaptado de la novela de Doug Thorne, es quizás el punto más débil de la película. Si bien captura la esencia de la obsesión y la paranoia, a menudo cae en explicaciones artificiosas y deducciones lógicas forzadas. El núcleo de la trama, la relación entre el libro y la vida de Walter, se basa en una construcción intelectual compleja que, en su ejecución, resulta confusa e incluso inverosímil. La película confía demasiado en el misterio y en las teorías conspiratorias, sin ofrecer suficiente justificación narrativa. El resultado es un guion que, a pesar de su ambición, se siente a veces superficial y predecible.

A pesar de sus defectos, “El Número 23” sigue siendo una película que provoca la reflexión. Es una historia que nos recuerda la fragilidad de la mente humana y el poder de las creencias. Es una experiencia perturbadora que, a pesar de su ritmo lento y su guion a veces fallido, nos obliga a cuestionar la realidad y la percepción de la misma. No es una película para todo el mundo, pero para aquellos que aprecien las películas que exploran los límites de la mente humana, “El Número 23” merece la pena ser vista.

Nota: 6/10