El ojo público (1992)

“El Ojo Público” (1949), de Fritz Lang, no es la joya titánica de su filmografía, pero sí un ejercicio inquietante y, en muchos aspectos, sorprendentemente moderno para su época. Lang, conocido por sus innovaciones técnicas y su interés en la psicología humana, construye una atmósfera de tensión opresiva desde sus primeras escenas, aprovechando al máximo el blanco y negro y el claustrofóbico diseño de producción que evoca la sombra de la guerra y la creciente paranoia en Nueva York durante el auge de la mafia. La película no se centra en la acción explosiva, sino en el lento desmoronamiento moral de su protagonista, Leon Bernstein, un fotógrafo de sucesos cuya habilidad para documentar el crimen le otorga una posición peculiar en la ciudad.

La dirección de Lang es precisa y metódica. Observamos un uso magistral de la cámara, que se mueve con deliberada lentitud, observando cada rostro, cada gesto, cada detalle que contribuye a la sensación de estar atrapado en un ambiente venenoso. El uso de los espacios cerrados - los clubes nocturnos, los hoteles, los sótanos - es deliberado, intensificando la sensación de encierro y la amenaza constante. Lang demuestra una maestría en la creación de ambientes y un control absoluto sobre el ritmo de la película. Sin embargo, la película no carece de cierta rigidez formal, un estilo que, aunque efectivo, podría sentirse algo académico para algunos espectadores modernos.

La actuación de Dana Andrews como Bernstein es notable. Andrews ofrece una interpretación sutil pero poderosa de un hombre atormentado, cuyo éxito profesional se encuentra ligado a su fascinación por la violencia y la muerte. Bernstein no es un héroe; es un hombre con sus propios demonios, una persona que, buscando la fama y la aceptación, se sumerge cada vez más en un mundo oscuro y peligroso. La química entre Andrews y Barbara Friday, como la viuda Kay Levitz, es palpable y añade una capa de complejidad a la relación. Friday, en un papel que podría haber sido plano, aporta una elegancia y una determinación que contrastan con la vulnerabilidad de Bernstein. El personaje de Kay, aunque secundario, está bien construido y se le otorga una agencia importante en la trama.

El guion, adaptado de la novela de James Hadley Chase, es, en general, sólido, aunque presenta algunas debilidades. La trama, aunque predecible en algunos aspectos, funciona bien y mantiene al espectador enganchado gracias a la atmósfera de suspense y la gradual escalada de tensión. El conflicto entre Bernstein y la mafia, y entre Bernstein y Kay, es convincente. No obstante, el desarrollo de algunos personajes secundarios podría haber sido más profundo, y el final, aunque satisfactorio, es ligeramente abrupto. La película, al explorar temas como la ambición, la moralidad y la corrupción, anticipa algunas de las preocupaciones que se manifestarían en las películas del cine negro posterior, aunque la exploración de la psicología de Bernstein se presenta como un elemento particularmente interesante y, para la época, adelantado.

Nota: 7/10