“El Orden Divino” (1971) es una película que, a la luz de la actual conciencia social, se revela con una fuerza inesperada. No es un drama explosivo ni una epopeya, sino más bien un retrato meticuloso de una transformación personal y comunitaria gestada en un entorno aparentemente estancado, el pequeño pueblo suizo donde se desarrolla la historia. La película no busca convertirnos en activistas por el sufragio, sino mostrar la semilla de la resistencia y el impacto que un acto de valentía individual puede provocar.
La dirección de Peter Fleischmann es precisa y, a mi parecer, excepcionalmente sutil. Evita los clichés del melodrama y se centra en la atmósfera, en los pequeños detalles que reflejan la vida cotidiana de Nora y de sus vecinos. El uso de la luz y la composición de los planos transmite un sentimiento de melancolía y resignación que se va disipando a medida que Nora empieza a desafiar el status quo. La película no es grandilocuente en su estética, lo que, en mi opinión, es precisamente su mayor fortaleza: confiere realismo y credibilidad a la trama.
El corazón de la película reside en la interpretación de Barbara Meier. Su Nora es un personaje profundamente humano y complejo. La actriz logra transmitir la evolución de una mujer que, inicialmente, se siente prisionera de las expectativas sociales, pero que, poco a poco, encuentra la fuerza para luchar por sus derechos. El viaje emocional de Nora es palpable y, por momentos, desgarrador. El resto del reparto, especialmente los actores que interpretan a los vecinos, ofrece interpretaciones sólidas y contribuye a la atmósfera realista de la película. Observar cómo la vida de estas personas se ve alterada, a veces con resignación, a veces con curiosidad, es un componente esencial de la experiencia cinematográfica.
El guion, adaptado de la novela homónima de Svevo, es, sin duda, el punto más interesante. La película no se basa en la demostración de la injusticia del sufragio femenino, sino en la exploración de la libertad individual y la importancia de cuestionar las normas establecidas. La trama se desarrolla con un ritmo pausado que permite al espectador reflexionar sobre las consecuencias de la acción, tanto a nivel personal como comunitario. El conflicto no se centra en la confrontación directa, sino en las tensiones internas de los personajes y en el impacto que la lucha de Nora tiene en sus vidas. La película explora la idea de que la libertad no es un regalo, sino una conquista, un proceso continuo que exige valentía y compromiso.
En definitiva, “El Orden Divino” es una película de observación que invita a la reflexión. No es un manifiesto político, sino un retrato íntimo de una transformación personal y una crítica sutil pero efectiva a la sociedad conservadora de la época. Es un filme que, con el paso del tiempo, adquiere una resonancia aún mayor, invitando a la reflexión sobre los derechos y las libertades que hoy damos por sentados.
Nota: 7.5/10