El oso (1988)

“El Oso” (Nanook of the North), de Robert Flaherty, es una experiencia cinematográfica tan visceral y perturbadora hoy como lo fue en 1922. Más que una simple película, es un documento, un testimonio directo de la vida de una comunidad inuit en el siglo XX, y una invitación incómoda a confrontar la brutalidad y la belleza de su existencia.

La película, a pesar de su corta duración, se instala en la mente y no la abandona fácilmente. La dirección de Flaherty es magistral en su naturalidad y su respeto por el sujeto. No hay un falso documental moderno, con entrevistas o explicaciones, sino un acercamiento minimalista y documental que permite al espectador sumergirse en la realidad de los narváyugas. Flaherty, al principio, actúa como un observador pasivo, grabándolo todo con una cámara muda y una mirada que transmite una mezcla de asombro y respeto por las costumbres del pueblo. A medida que la película avanza, y la familia de Inuk se encuentra en grave peligro, su papel se convierte en más activo, aunque siempre manteniendo un equilibrio delicado entre la intervención y la documentación. El uso de la cámara subjetiva, filmada con una lente de 50 mm, acentúa el impacto emocional, dando una sensación de intimidad con los personajes.

Las actuaciones, o más bien, las interpretaciones de los miembros de la comunidad inuit, son conmovedoras en su autenticidad. No son actores profesionales, sino personas reales que vivían sus vidas de manera cotidiana. La familia de Itivuna y su hijo Youk, junto con la anciana Kiuk, transmiten una dignidad y una fortaleza increíble a pesar de las adversidades. Youk, interpretado con una vulnerabilidad palpable, es el corazón de la película. La mirada del niño, la desconfianza inicial ante la llegada de los tramperos, la gradualización de la dependencia de Kaar; todo esto está expresado con una sinceridad que habla directamente al espectador. La evolución de Youk, de un niño huérfano a un joven hombre, es el eje central del drama.

El guion, deliberadamente simple y conciso, se centra en la supervivencia y la lucha por el sustento. La trama, basada en hechos reales, se desarrolla con lentitud, permitiendo que la tensión y el impacto emocional se acumulen paulatinamente. El conflicto con los tramperos, personificados por Bill y Tom, no es el foco principal, sino más bien una manifestación de la fragilidad de la vida en la naturaleza salvaje. La obsesión de Tom por cazar a Kaar, que se convierte en una cuestión de orgullo personal, es un símbolo de la brutalidad humana en un entorno donde la supervivencia es la prioridad. Sin embargo, la película va más allá de la simple representación de la supervivencia; explora la complejidad de las relaciones sociales, la importancia de la comunidad y el respeto por la naturaleza.

“El Oso” no es una película fácil de ver. Es cruda, sin concesiones y a menudo perturbadora. Pero es una obra maestra del cine documental, una ventana al pasado y una reflexión sobre la condición humana. Es un legado esencial que merece ser visto y apreciado.

Nota: 9/10