“El paciente inglés” (The English Patient) no es una película para ser vista de manera casual. Es una experiencia cinematográfica intensa, melancólica y, en última instancia, profundamente conmovedora, que se aferra a ti mucho después de que los créditos finales hayan rodado. James Menzies directs a un melodrama de época con una sensibilidad que a menudo es sorprendentemente moderna, y esa es quizás su mayor virtud.
La película, que se sitúa a finales de la Segunda Guerra Mundial en la devastada Italia, se centra en el misterioso y herido "El Inglés", interpretado con una belleza etérea y una carga emocional palpable por Ralph Fiennes. Su historia, que se revela a través de un torrente de recuerdos fragmentados y vívidas imágenes, es una narración de amor, pérdida y redención, teñida de una amargura que resuena con un poder innegable. La película construye meticulosamente la sensación de un pasado tormentoso: la vida previa al accidente, en la colonia de Kenia, donde conocemos a Cicely, interpretada por Kristin Scott Thomas. La relación que se desarrolla entre ellos es cautivadora, aunque también se siente imbuida de una presagio de fatalidad que contribuye a la atmósfera general.
La dirección de Andrew Knight y Sally Potter es elegante y controlada, empleando una paleta de colores desaturados y escenarios sombríos para reflejar el estado de ánimo de la película. La película se beneficia enormemente de la cinematografía de Chris Menges, quien crea una atmósfera de belleza melancólica, haciendo que cada toma sea un pequeño poema visual. Los planos largos, característicos del cine europeo de la época, no son simplemente estilísticos; están diseñados para permitirse al espectador absorber cada detalle, cada gesto, cada mirada, y por ende, cada sensación de desasosiego. La película se centra en la contemplación, permitiendo que la historia, y las emociones que evoca, se desarrollen con lentitud, a veces incluso con una sensación de incomodidad deliberada.
Las actuaciones son, en su gran mayoría, sobresalientes. Fiennes ofrece una interpretación sutil pero increíblemente poderosa, transmitiendo el dolor físico y emocional del personaje con una precisión admirable. Kristin Scott Thomas asume el papel de una mujer fuerte y segura de sí misma, cuya fragilidad se revela gradualmente a través de los recuerdos de su pasado. Geoffrey Rush, en el papel de un neurólogo italiano, aporta una nota de elegancia y erudición, aunque su personaje, a pesar de ser fundamental en el desarrollo de la trama, parece en ocasiones un tanto unidimensional. La banda sonora, compuesta por Thomas Newman, se integra a la perfección, elevando las emociones con melodías evocadoras y conmovedoras.
El guion, adaptado de la novela homónima de Michael Ondaatje, es complejo y a veces ambiguo, explorando temas como el amor, la identidad, la memoria y la naturaleza del perdón. La película no se limita a contar una historia; invita a la reflexión sobre la condición humana y las consecuencias de nuestras elecciones. Aunque la historia principal es la del “Paciente Inglés”, la película tiene un alcance más amplio, examinando el impacto de la guerra en la vida de los individuos y la búsqueda de significado en medio del caos. La construcción del tiempo, con las narraciones fragmentadas y la superposición de recuerdos, es un elemento central que requiere una atención activa por parte del espectador.
Nota: 8/10