“El pacto” (The Pledge), dirigida por Robert Zemeckis, no es una película que te impacte de la noche a la mañana. En lugar de un bombardeo emocional inmediato, nos ofrece una experiencia cinematográfica sutil pero profundamente conmovedora, un descenso lento y doloroso a la psique de un hombre roto y la complejidad de la lealtad. Zemeckis, conocido por sus innovadoras técnicas de captura de movimiento, aquí las utiliza con un propósito específico: crear un retrato tangible y visceral del dolor y la culpa que atormentan al sargento John Kinley.
Bryce Dallas Howard, en un papel que exige una interpretación física y emocional brutal, es extraordinaria. Su interpretación de Kinley es asombrosa. No se trata de un simple cambio de peinado o un ligero ajuste en la postura; Howard ha incorporado la tensión, el trauma, el miedo y la desesperación en cada movimiento, en cada mirada. La captura de movimiento le permite transmitir una gama completa de emociones, desde la fría determinación del soldado experimentado hasta la vulnerabilidad extrema de un hombre que lucha contra los fantasmas de su pasado. La película no se queda en la mera imitación de la realidad, sino que explora la esencia del personaje, utilizando la tecnología para enriquecer la experiencia, no para dominarla.
La dirección de Zemeckis se centra en la atmósfera. El blanco estéril del entorno de entrenamiento se contrapone con la brutalidad del campo de batalla afgano, utilizando una paleta de colores que subraya la alienación y la deshumanización. El ritmo es deliberadamente pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en la confusión y el aislamiento de Kinley. La película no busca glorificar la guerra; por el contrario, la muestra como un evento traumático que deja cicatrices profundas. El conflicto no se encuentra en la acción, sino en la lucha interna del protagonista para superar su pasado y cumplir su promesa.
El guion, coescrito por Zemeckis y Dylan Ferguson, es, en su mayor parte, excelente. Se centra en la relación entre Kinley y Ahmed, el amigo que quedó atrás en Afganistán, y su familia, quienes están atrapados en medio de la inestabilidad. La historia se desarrolla a través de conversaciones fragmentadas y flashbacks, construyendo lentamente la narrativa y revelando detalles cruciales sobre el pasado de Kinley, incluyendo una terrible decisión tomada durante la guerra que lo ha perseguido durante años. Si bien el ritmo lento puede resultar frustrante para algunos, permite que la ambigüedad moral del personaje se establezca de manera efectiva. No se ofrece un juicio moral claro, sino que se invita al espectador a considerar las consecuencias de las acciones y las motivaciones detrás de ellas. El tema de la lealtad y el sacrificio se explora con una honestidad brutal, cuestionando la definición de heroísmo.
La película no intenta ofrecer respuestas fáciles ni conclusiones definitivas. El final, deliberadamente abierto, refleja la incompletud de la experiencia de Kinley y la persistencia del dolor. Es una película que te queda en la mente mucho después de que los créditos finales han rodado, un testimonio del poder de la verdad y la necesidad de confrontar nuestro pasado.
Nota: 8/10