El pasajero (2018)

“El pasajero” es una película que, a primera vista, parece sencilla: un viaje de tren, una conversación casual y la lenta infiltración de un mundo de intrigas. Sin embargo, la dirección de Alejandro Amenábar logra construir una atmósfera de inquietud palpable desde los primeros minutos, creando una experiencia cinematográfica que se aferra a la mente del espectador mucho después de que las luces se enciendan. Amenábar, conocido por su maestría en el suspense psicológico, demuestra una vez más su habilidad para desgranar la tensión a través de la sutileza, evitando el bombardeo de sustos baratos y optando por el incremento gradual de la paranoia.

La película se centra en la vida aparentemente rutinaria de Javier (an actor muy sólido en su interpretación de un hombre de clase media, Javier Bardem), un hombre de negocios exitoso y casado. Su viaje de regreso a casa es interrumpido por la aparición de una mujer enigmática, Elena (Manila Rowland), cuya presencia desencadena una serie de eventos que lo arrastran a un submundo criminal. Lo que inicialmente se percibe como un simple intercambio de palabras se transforma en una red de mentiras, engaños y amenazas que ponen en peligro a su familia. Bardem ofrece una actuación notable, transmitiendo la confusión y la creciente desesperación del protagonista con una naturalidad convincente. La química entre Bardem y Rowland, aunque no se basa en diálogos intensos, es fundamental para la credibilidad de la trama, creando una sensación de que ambos personajes están atrapados en una pesadilla compartida. Rowland, en particular, es una revelación, interpretando a Elena con una mezcla de vulnerabilidad y letalidad que la convierte en una figura profundamente perturbadora.

El guion, adaptado de la novela de Roberto Juaristi, es, sin duda, el corazón de la película. No se apresura en explicar la complejidad de la conspiración, sino que la va revelando gradualmente, dejando al espectador con la incertidumbre de si lo que ve es real o una alucinación producto del estrés y la paranoia. La trama, aunque predecible en términos generales, se beneficia de la excelente construcción de personajes y del juego psicológico que se desenvuelve en el viaje. La narrativa se beneficia de la claustrofobia del entorno del tren y de la utilización inteligente del montaje, que crea un ritmo pausado pero efectivo, punto clave para mantener el interés del espectador. Las escenas en el tren son particularmente memorables, tanto por su atmósfera opresiva como por la manera en que Amenábar utiliza el espacio y el sonido para generar tensión. La música, también, juega un papel importante, creando un ambiente de constante alerta.

Si bien la película carece de efectos especiales ostentosos y no se centra en escenas de acción espectaculares, su fuerza reside en su capacidad para generar una atmósfera de inquietud y susurros de duda. “El pasajero” es, en última instancia, una reflexión sobre la fragilidad de la realidad, la naturaleza de la verdad y el poder destructivo del miedo. Es una película que te incomoda y te obliga a cuestionar lo que ves y lo que sientes, dejarte llevar por la historia y formar tus propias conclusiones. No es un thriller convencional, sino más bien un estudio psicológico con un toque de suspense, que te acompañará mucho tiempo después de haberla visto.

Nota: 7/10