El paso del diablo (2013)

“El paso del diablo” (The Pass) es una película que se instala bajo la piel, no en un sentido literal, aunque el ambiente glacial del lugar elegido contribuye significativamente a esa sensación. El director Gus Engles, que regresa a la dirección después de una larga pausa, construye una atmósfera de paranoia y creciente desconfianza con una maestría palpable. No se trata de un thriller de sustos convencionales, sino de una película que explora la fragilidad de la cordura y la fuerza corruptora de los secretos cuando se acumulan en un entorno aislado y ya de por sí inquietante.

El caso original de los esquiadores de Dyatlov Pass, ocurrido en 1959, es un enigma que ha obsesionado a investigadores y aficionados a lo paranormal durante décadas. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que se enfoca en el grupo de estudiantes universitarios que, años después, se aventura en la cabaña abandonada donde encontraron los cuerpos. La elección del escenario es fundamental: el paisaje siberiano es brutalmente hermoso, un vacío inmenso que refleja el estado mental de los protagonistas. La fotografía de Vladlen Nikulin es exquisita; utiliza la luz y la sombra de manera magistral para crear una sensación constante de incomodidad y presagio. La paleta de colores, dominada por el blanco y el gris, amplifica la sensación de frío, tanto físico como psicológico.

El guion, coescrito por Engles, se centra en la dinámica de un grupo de jóvenes investigadores, cada uno con sus propios miedos y traumas. La interpretación de los actores es soberana. Ben Foster como Mark, el líder del grupo, transmite una vulnerabilidad que contrasta con su necesidad de controlar la situación. Rachel Brosen como Sarah, la fotógrafa del grupo, ofrece una actuación particularmente conmovedora, explorando la pérdida y la culpa con una sutileza admirable. El resto del elenco, incluyendo a Joe Cole y Riley Keough, cumple con creces. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de interpretaciones naturales y creíbles que logran sumir al espectador en la inquietud de la trama.

Engles, sin embargo, evita recurrir a clichés del género. La película no ofrece explicaciones sobrenaturales, aunque la sensación de que algo maligno acecha es omnipresente. La tensión se construye sutilmente a través de los diálogos, las miradas y la creciente desconfianza entre los personajes. La película plantea preguntas sobre el impacto de los traumas pasados, la naturaleza de la verdad y la facilidad con la que la paranoia puede consumir a un grupo. Si bien el ritmo puede sentirse pausado para algunos espectadores, esta lentitud permite que la atmósfera se cimenten y la historia se desarrolle con una profundidad que muchos thrillers modernos no logran. “El paso del diablo” es una película inquietante, reflexiva y visualmente impactante que te dejará pensando mucho después de que terminen los créditos.

Nota: 8/10