“El Pequeño Cherokee” es un drama rural que, en su esencia, busca ser una fábula sobre la identidad, la pérdida y la búsqueda de la pertenencia. Dirigida por Richard Edson, la película se mueve con deliberada lentitud, casi como una meditación sobre la dureza de la vida en las montañas del Apalachega a mediados del siglo XX. Edson, conocido por su minimalismo en dirección, se enfrenta a un reto considerable: adaptar la novela de Asa Earl Carter, una figura controvertida por su papel en la segregación racial, sin caer en la glorificación o la simplificación excesiva de una historia compleja.
El guion, adaptado de la novela, se centra en Pequeño Árbol (interpretado por el joven y prometedor Julian Hilliard), un niño profundamente afectado por la pérdida y la búsqueda de un lugar donde encajar. La película no ofrece soluciones fáciles ni juicios moralmente claros. En cambio, nos presenta una realidad cruda y desprovista de sentimentalismos baratos. La dinámica familiar que Pequeño Árbol descubre con Bonnie, su abuela india, y Wales, su abuelo blanco, es fundamentalmente ambivalente. Wales, interpretado con una dignidad silenciosa por David Strathairn, se ha convertido en un hombre profundamente arraigado en las tradiciones cherokee, pero su intento de imitar los valores de la tribu a menudo resulta frustrante y, a veces, incluso cruel. La película no rehúye de mostrar las tensiones raciales subyacentes de la época, aunque no las dramatiza de manera explosiva. La relación entre Pequeño Árbol y John Sauce, su amigo indio, aporta un contrapunto vital, una conexión con un mundo que Pequeño Árbol anhela entender y el cual, al final, le ofrece un atisbo de esperanza.
La dirección de Edson es notable por su capacidad para transmitir la atmósfera del paisaje apalachega: vasto, inhóspito y a la vez, lleno de una belleza austera. El uso de la luz y el color es sutil, pero efectivo, contribuyendo a la sensación de aislamiento y la dureza de la vida. Las actuaciones son sólidas en su totalidad, pero especialmente destacable es la de Julian Hilliard, quien logra capturar la vulnerabilidad y la inocencia de Pequeño Árbol. David Strathairn, aunque tiene un papel más limitado, ofrece una interpretación matizada y conmovedora de Wales. La película no intenta ser un espectáculo visual; su fuerza reside en la lentitud, la introspección y la atmósfera que logra crear.
Es una película difícil de ver, no por su violencia o su trama compleja, sino por su honestidad brutal. “El Pequeño Cherokee” es una película que te hace pensar, que te obliga a confrontar la oscuridad de la historia americana, y, en el proceso, te permite vislumbrar un destello de humanidad en los lugares más inesperados. Una película que, a pesar de sus limitaciones, merece ser vista y analizada.
Nota: 7/10