“El postre de la alegría (Paulette)” es una película sorprendentemente visceral y perturbadora, que se aferra a la oscuridad del corazón humano con una crudeza que, a veces, es difícil de digerir. La dirección de Christopher Hanagan es notablemente eficaz. No intenta adornar la narrativa con estética o falsas esperanzas; en cambio, opta por una estética realista y desoladora, que refleja la desesperanza del personaje principal y el entorno en el que se mueve. La paleta de colores apagada, la fotografía granulada y el uso de la luz y la sombra contribuyen a crear una atmósfera opresiva y claustrofóbica, casi palpable. Hay una meticulosidad en la dirección que se nota, especialmente en las escenas de acción y en la construcción de la tensión, lo que hace que el espectador se sienta inmerso en la historia.
El papel de la protagonista, interpretado magistralmente por Samantha Morton, es el corazón de la película. Morton no se limita a representar a una mujer desafortunada; le otorga a Paulette una complejidad inquietante. La vemos como una víctima de las circunstancias, sí, pero también como una mujer amargada, prejuiciosa y con un profundo resentimiento hacia el mundo. Su actuación es increíblemente natural, transmitiendo la frustración y la desesperación de Paulette con una sutileza que es a la vez conmovedora y perturbadora. Morton consigue mostrar las grietas en la armadura de Paulette, revelando la vulnerabilidad subyacente que hace que su personaje sea tan impactante. No hay heroísmo ni redención evidente, sólo una profunda sensación de pérdida y una lucha por sobrevivir.
El guion, coescrito por Hanagan y Aaron Wilkinson, es inteligente y audaz. Evita caer en clichés del género negro o de la comedia criminal. En su lugar, explora la banalidad de la violencia y la deshumanización que provoca el tráfico de drogas. La película no glorifica ni romantiza el crimen; lo presenta como una red de desesperación en la que las personas se ven atrapadas. La película también aborda temas como el racismo, la soledad y la búsqueda de identidad, aunque no con soluciones fáciles. El diálogo es directo y conciso, reflejando la falta de refinamiento de los personajes. Hay momentos de tensión muy bien construidos, pero la película también tiene un ritmo pausado que, en ocasiones, puede resultar un poco lento. Sin embargo, este ritmo contribuye a la atmósfera general de desasosiego.
A pesar de la crudeza y la oscuridad, “El postre de la alegría (Paulette)” es una película que deja una impresión duradera. No es un entretenimiento ligero, sino una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión. La película no ofrece respuestas, sino que se pregunta por qué ciertas personas se ven arrastradas a un camino de autodestrucción. La belleza reside en su honestidad brutal y en la capacidad de Hanagan para retratar una vida de marginalidad con una mezcla única de desesperación y vulnerabilidad. Una película que, sin duda, no olvidaremos.
Nota: 7.5/10