“El Potro: lo mejor del amor” no es simplemente una película sobre música; es una exploración visceral del dolor, la pérdida y la resiliencia, envuelta en la cautivadora atmósfera del cuarteto argentino. La dirección de Nicolás Picazo se erige como uno de los pilares fundamentales de la película, creando una atmósfera rica en detalles sensoriales que inmersiona al espectador en la vida rural de Córdoba. Picazo utiliza la luz natural de manera magistral, capturando la belleza agreste del paisaje y, a la vez, reflejando el estado emocional de los personajes. La fotografía de Diego Tenenigel es, en esencia, una extensión del alma de la película, con colores cálidos y contrastes sutiles que intensifican la emoción. La banda sonora, naturalmente, es un elemento central, pero más allá del género, se integra perfectamente en la narrativa, casi como un personaje más, comunicando la melancolía y la esperanza del protagonista.
Las actuaciones son, sin duda, un punto fuerte. Juan Minujín ofrece una interpretación conmovedora y auténtica como Rodrigo, un joven atrapado entre sus sueños y el peso de una tragedia familiar. Minujín transmite la vulnerabilidad y la determinación del personaje con una naturalidad que pocas veces se ve. Su actuación no es teatral, sino que se basa en una conexión real con la historia, lo que le otorga una profundidad inesperada. El resto del elenco, incluyendo a Luciana Ferreiro como la madre y a Martín Piñera como el hermano, también realizan un trabajo admirable, aportando matices a la dinámica familiar. Sin embargo, el verdadero triunfo reside en la conexión de Minujín con la música, y cómo la interpreta con una entrega total que hace que la película sea más que una simple historia de amor por la música.
El guion, adaptado de la novela homónima de Mariana Enríquez, no es excesivamente complejo, pero su fortaleza radica en su honestidad y en la forma en que aborda temas universales como el duelo, la identidad y la búsqueda de sentido. La película evita los clichés emocionales, permitiendo que las emociones surjan de forma orgánica a partir de las interacciones entre los personajes. Se presta especial atención a la relación entre Rodrigo y su padre, mostrando momentos de complicidad, orgullo y, finalmente, un profundo amor que trasciende la vida. La transición a la música de cuarteto no se siente forzada, sino como una evolución natural de la historia, una forma de reconectar con las raíces y encontrar la fuerza para seguir adelante. El ritmo es pausado, deliberado, lo que obliga al espectador a sumergirse en la vida de los personajes y a reflexionar sobre sus emociones. El final, aunque emotivo, se siente esperanzador, sin ser sentimentalista, dejando al espectador con una sensación de plenitud y optimismo.
En definitiva, “El Potro: lo mejor del amor” es una película que te atrapa desde el principio y te acompañará mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Es una historia simple pero profundamente conmovedora, una oda a la música, a la familia y a la capacidad humana de superar la adversidad.
Nota: 8.5/10