El principe de Broadway (2010)

“El Príncipe de Broadway” no es una epopeya deslumbrante ni un drama profundamente emotivo, pero sí logra ser, sorprendentemente, una pieza de entretenimiento sólida y, en algunos momentos, inesperadamente divertida. La película, dirigida por William Wyler (en su última gran obra), se sitúa en la Nueva York de la posguerra, un escenario que, aunque poco explotado visualmente, se siente genuino y contribuye a la atmósfera de un mundo en reconstrucción. Wyler, con su experiencia innegable, maneja el ritmo de la película con una elegancia notable, sabiendo construir la tensión lentamente y crear un ambiente de incertidumbre que se instala en el espectador.

La trama, centrada en Leo (Robert Redford), un estafador sofisticado y carismático que replica bolsos de diseñador para obtener una ganancia rápida, comienza de forma predecible, pero la llegada de su exnovia, Grace (Isabelle Huppert), y el descubrimiento de que tiene un hijo, le obliga a confrontar no solo su pasado, sino también su propia identidad. La película se transforma entonces en una reflexión sobre el honor, la responsabilidad y la búsqueda de la autenticidad. Si bien el giro argumental no es revolucionario, la película se enfoca en el proceso de redescubrimiento del protagonista, en su lucha interna entre el mundo de la falsificación y el deseo de una vida digna. La ambigüedad moral del personaje de Redford es fundamental para el éxito de la película; no lo presenta como un villano despiadado, sino como un hombre que ha construido su vida sobre una mentira y que debe decidir si está dispuesto a romper esa construcción a cualquier coste.

Redford ofrece una actuación magistral. Su Leo es un personaje complejo y contradictorio, que oscila entre la astucia y la vulnerabilidad. La química entre Redford y Huppert es palpable, y sus interacciones están llenas de matices y tensión. Huppert, por su parte, interpreta a Grace con una dignidad y una elegancia que contrastan notablemente con la vida que ha llevado. La película presta especial atención a la evolución de la relación entre estos dos personajes, un vínculo que se va construyendo a través de la confrontación y, finalmente, de un respeto mutuo. El guion, adaptado de la obra teatral de Michael Bennett, es sólido, aunque en ocasiones recurre a clichés del género dramático. Sin embargo, se compensa con diálogos inteligentes y una capacidad para explorar temas universales de forma sutil y reflexiva. La banda sonora, discreta pero efectiva, refuerza la atmósfera melancólica y a la vez esperanzadora de la película.

En definitiva, “El Príncipe de Broadway” no es una obra maestra del cine, pero sí un entretenimiento inteligente y bien actuado. Es una película que invita a la reflexión sobre la moralidad, la identidad y la importancia de asumir las consecuencias de nuestros actos. Redford ofrece una actuación memorable y Huppert complementa a la perfección su personaje. La película, aunque no sobresale por su originalidad, logra ser conmovedora y, sobre todo, satisfactoria.

Nota: 7/10