“El quimérico inquilino” no es una película que te deja una impresión fácil, ni mucho menos un impacto emocional inmediato. Es, en cambio, una experiencia casi insidiosa, una lenta erosión de la cordura que se aprecia más en el proceso de ver que en el resultado. Dirigida por David Lowery, la película se basa en un concepto inquietante: un hombre, Benji, interpretado con una vulnerabilidad exquisita por Sam Rockwell, se muda a un edificio de apartamentos donde una mujer intentó suicidarse. El edificio, un lugar lleno de secretos y silencios, se convierte rápidamente en un laberinto psicológico para Benji, quien empieza a creer que sus vecinos están conspirando para inducirlo a la desesperación y, fatalmente, a la muerte.
La dirección de Lowery es, sin duda, la pieza central de esta película. Evita los trucos baratos y la tensión convencional. En su lugar, se centra en la construcción gradual de la paranoia de Benji. El uso de la cámara es sutil pero efectivo: planos cerrados que nos invaden con la mirada de Benji, tomas que enfatizan la soledad, perspectivas que sugieren una amenaza invisible. El director, conocido por su estilo particular, logra transmitir un ambiente de opresión y desconfianza de forma magistral. No hay acción explosiva, solo la palpabilidad de la inquietud. Se nota que Lowery se inspira en las películas de terror psicológico clásicas, pero sin replicar fórmulas, sino adaptándolas a su propia sensibilidad.
La actuación de Sam Rockwell es, simplemente, excepcional. Rockwell se sumerge por completo en el papel, mostrando una evolución lenta y palpable de Benji, desde su torpeza inicial hasta su creciente desorientación. Su interpretación es llena de matices: hay momentos de humor involuntario, de desesperación, de un miedo latente que se transmite a la audiencia. No es un actor que busca el protagonismo, sino que se permite ser el vehículo de la historia, lo que le otorga una gran autenticidad. El resto del elenco, que incluye a Riley Keough, Catalina Sandino Vallejo, y Kyle Chandler, contribuyen a completar el cuadro, aunque sus personajes se limitan a presenciar la tormenta psicológica de Benji, sin ofrecer grandes profundidad.
El guion, adaptado de un cuento de Sterne, es la debilidad más evidente de la película. Aunque la premisa es intrigante, la ejecución carece de originalidad. Los diálogos son a menudo recelosos, como si los personajes se negaran a hablar de sus propios miedos. La trama se arrastra sin grandes giros, y la resolución, aunque lógica, no alcanza a compensar la falta de profundidad emocional. La película se queda en un nivel conceptual, explorando la fragilidad de la mente humana, pero sin ofrecer un mensaje trascendental. Se podría haber profundizado más en la historia de Benji, en las razones de su soledad, o en los motivos de los vecinos, pero esto nunca se materializa, permitiendo que la película se pierda en una atmósfera de incertidumbre perpetua.
Nota: 6/10