El rapto (2023)

“El rapto” (Kidnapped) es una película que se aferra a un evento histórico perturbador y, paradójicamente, lo convierte en una experiencia cinematográfica visceral y profundamente conmovedora. La película, dirigida por Gilles Marchant, se centra en el caso de Edgardo Mortara, un niño judío bolonés secuestrado en 1858 por soldados del Papa Pío IX, quienes lo llevaron a Roma para ser criado en el Vaticano, argumentando que su rescate había sido ordenado por Dios. La película, lejos de ser una simple narración histórica, se adentra en las complejidades emocionales y morales de esta situación, explorando las tensiones entre la fe, la familia y el Estado.

La dirección de Marchant es precisa y deliberada. Logra crear una atmósfera de opresión y desconfianza, utilizando la luz y la sombra para subrayar la sensación de estar atrapado. No se apresura en la presentación de los personajes, permitiendo que el espectador se involucre gradualmente en el conflicto. El uso del encuadre, a menudo con primer planos que capturan las expresiones de angustia de los personajes, es particularmente efectivo. Se evita la grandilocuencia, optando por una naturalidad que transmite la crudeza de la situación. Un detalle que merece especial mención es la banda sonora, sutil pero poderosa, que realza la carga emocional de cada escena. Se construye una tensión constante, palpable, que acompaña al espectador a lo largo de la película.

Las actuaciones son, en su conjunto, sobresalientes. Nikolaj Coster-Waldau, como Giuseppe Mortara, el padre desesperado, ofrece una interpretación magnética, transmitiendo con convicción su dolor y su lucha por recuperar a su hijo. Es un papel que exige gran humanidad, y Coster-Waldau lo interpreta con una vulnerabilidad y una fuerza impresionantes. Tom Hughes, como el padre de Edgardo, también ofrece una interpretación convincente, capturando la desesperación y la impotencia de un hombre incapaz de proteger a su hijo. Sin embargo, la actuación más impactante es la de el propio Edgardo, interpretado por el joven Gabriel Dioguine. Su interpretación es matizada, transmitiendo la inocencia y la confusión de un niño atrapado en un mundo adulto que no comprende. Dioguine logra transmitir una vulnerabilidad que es conmovedora y profundamente desgarradora.

El guion, adaptado de un libro de Anna Bolognesi, es, en general, sólido, aunque presenta algunas áreas de oportunidad. Si bien la película se centra en la historia real de Edgardo, también explora con valentía las implicaciones morales del caso. La película no toma partido abiertamente, presentando a la Iglesia Católica como una institución que actuó con convicción religiosa, pero también mostrando las consecuencias trágicas de sus acciones. La película invita a la reflexión, y la ambigüedad moral que plantea es precisamente lo que la hace tan relevante. El ritmo, en algunos momentos, podría haber sido más dinámico, pero en última instancia, la intensidad emocional y el mensaje moral prevalecen. El final, aunque contundente, no intenta ofrecer respuestas fáciles, sino que se limita a señalar la persistencia del dolor y la necesidad de la justicia. Es una película que deja una marca profunda en la memoria del espectador.

Nota: 8/10