El rastro (2002)

“El Rastro” (The Dry) es una película australiana que se arrastra con una quietud inquietante por el árido y desolado paisaje del outback. Dirigida con maestría por Robert Connolly, la película no se centra en la acción visceral, sino en la atmósfera opresiva y en las profundas capas de dolor que subyacen a la supuesta simple historia de un asesinato. La película explora con gran sutileza la desolación de un pueblo rural australiano devastado por la sequía, la pérdida y la culpa, utilizando el crimen como un catalizador para exponer las fragilidades de la comunidad y la complejidad moral que define a sus habitantes.

La dirección de Connolly es notable por su capacidad para crear tensión sin recurrir a trucos baratos. La cámara, a menudo enfocada en los rostros, captura la desesperación en los ojos de los personajes, transmitiendo un sentido de aislamiento palpable. El ritmo, deliberadamente lento, permite que los espectadores absorban la brutalidad del entorno y la introspección de los protagonistas. Es una película que requiere paciencia, pero la recompensa es una experiencia cinematográfica mucho más rica y duradera.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Eric Bana, en el papel del detective Tom Griffin, ofrece una interpretación magistral. Captura la melancolía y el peso de un pasado trágico, dando vida a un hombre roto por la culpa. El actor transmite la agitación interna de un hombre que ha renunciado a su familia y se ha refugiado en la monotonía del trabajo policial. Lin Colli, como la joven y decidida sheriff Claire Maddox, aporta una fuerza inesperada a la trama. Su personaje es complejo, con una mezcla de determinación y vulnerabilidad que la hace muy creíble. La química entre Bana y Colli es excelente, alimentando la dinámica tensa y el creciente interés romántico que se desarrolla entre ellos.

El guion, adaptado de la novela homónima de Jane Harper, es especialmente elogiable. Connolly evita simplismos y explora las motivaciones de los personajes con gran profundidad. No presenta un escenario moralmente claro, sino que obliga al espectador a cuestionar sus propios prejuicios y a considerar las posibles consecuencias de la violencia. La construcción de la historia, basada en la investigación policial, es meticulosa y realista. La trama se va revelando gradualmente, manteniendo el interés del espectador y generando un suspense implacable. El elemento aborigen, representado por el personaje de Jack (Guy Jockam), no es un simple comodín para añadir diversidad, sino que es fundamental para el desarrollo de la historia y para la exploración de las relaciones entre los personajes y el entorno. El guion introduce reflexiones significativas sobre la historia, la justicia y la identidad cultural, ofreciendo una perspectiva amplia y enriquecedora.

“El Rastro” no es un thriller de acción. Es, antes bien, un drama psicológico complejo y conmovedor que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza humana y la sociedad. Es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar, gracias a su atmósfera densa, sus personajes memorables y su mensaje poderoso.

Nota: 8/10