“El rey y yo” (The King and I) es una película de 1956 que, a pesar de su edad, sigue teniendo un encanto particular y una relevancia que va más allá del simple entretenimiento. La historia, basada en la vida real de Anna Leonowens, una profesora inglesa enviada a Siam (Tailandia) para educar a la familia del Rey Mongkut, es un relato sobre la confrontación de culturas y el choque entre la tradición y el progreso. Pero, como tantas obras de este género, la película se desarrolla con una elegancia clásica, que resulta tanto hermosa como, en ocasiones, un poco lenta.
La dirección de Tony Halligan es impecable. La película está visualmente rica, mostrando con detalle el vibrante paisaje de Siam, los elaborados rituales religiosos y la opulencia de la corte. La fotografía de Jack Cardiff, con su uso de colores intensos y escenas iluminadas de forma magistral, contribuye a crear una atmósfera exótica y cautivadora. Se nota una atención al detalle, desde los trajes hasta la decoración de los palacios, que transporta al espectador a la época en la que se desarrolla la historia. Sin embargo, la dirección no se aferra a un ritmo frenético, permitiendo que la trama se desarrolle a su propio ritmo, aunque esto también puede interpretarse como un momento de lentitud para los espectadores acostumbrados a narrativas más dinámicas.
La actuación de Deborah Kerr como Anna Leonowens es, sin duda, el punto fuerte de la película. Kerr transmite la inteligencia, la determinación y el delicado sentido del humor de la protagonista con una sutileza y un control emocional asombrosos. Su interpretación es sutil pero poderosa, y logra conectar con el público a través de su mirada y su lenguaje corporal. La química entre Kerr y el también veterano Ricardo Montalban, quien interpreta al Rey Mongkut, es palpable y genera una tensión interesante. Montalban, con su porte regido por la tradición y su sorprendente sentido del humor, logra humanizar al Rey, mostrando sus dudas, sus deseos y su capacidad de aprendizaje. Sus interacciones con Anna son complejas y llenas de matices, superando la expectativa de una simple relación maestra-alumno.
El guion, adaptado de la obra teatral de Mark Twain y basado en hechos reales, es en ocasiones un tanto simplificado. Si bien la película presenta un retrato interesante de las diferencias culturales entre Inglaterra y Siam, algunas de las situaciones, especialmente las que involucran el complot del Primer Ministro, carecen de profundidad y parecen un poco forzadas. No obstante, la película explora temas universales como la tolerancia, la adaptación, el respeto a la diversidad y el poder de la educación. Se plantea la dificultad de entender a una cultura ajena y la importancia de romper con las rígidas tradiciones. La película logra, con éxito, la representación de una sociedad compleja y un choque de culturas en el que cada uno busca encontrar su propio camino.
En definitiva, “El rey y yo” es una película de época que, a pesar de sus defectos, mantiene un atractivo perdurable. Es una historia de amor, de amistad y de comprensión mutua, contada con elegancia y sensibilidad. La puesta en escena, las actuaciones y el ambiente exótico crean una experiencia cinematográfica memorable, y la película nos invita a reflexionar sobre la importancia del diálogo y la apertura mental.
Nota: 7/10