El secreto de la última luna (2009)

“El secreto de la última luna” es una película que, a pesar de sus evidentes influencias de la literatura infantil clásica, logra crear una atmósfera onírica y perturbadora que cautiva y, a la vez, incomoda. La adaptación de la novela “El pequeño caballo blanco” de Elizabeth Coudge, dirigida por William Nicholson, se presenta como una reflexión sobre la pérdida, el trauma infantil y la búsqueda de un lugar al que pertenecer, elementos que, aunque abordados a través del prisma de una fantasía, resuenan con una fuerza innegable.

La película se centra en Maria Merryweather, interpretada de una manera magistral por Freya Tingley, una joven actriz que transmite una vulnerabilidad y una determinación conmovedoras. Tingley logra capturar la soledad y el miedo latentes en la mirada de la protagonista, y su evolución a lo largo de la historia es convincente y profundamente emotiva. No se trata de una niña angelical, sino de un niño con un pasado devastador, forzado a lidiar con la reciente muerte de su padre y la llegada a una casa llena de extrañas costumbres. La dirección de Nicholson, con un estilo visual que oscila entre el blanco y el negro, crea un contraste que acentúa la sensación de irrealidad y peligro.

La ambientación, crucial para el éxito de la película, es espectacular. El mundo creado por la novela, con sus árboles plateados, sus criaturas mágicas y sus pasadizos secretos, se materializa en la pantalla con una belleza inquietante. La fotografía de Benoit Coulier es sublime, utilizando la luz y la sombra para generar una atmósfera de misterio y terror psicológico. El diseño de producción es impecable, logrando recrear la opulencia decadente de la mansión y la inquietante atmósfera del mundo mágico.

Sin embargo, el guion, adaptado de la novela, presenta algunas inconsistencias. A veces, la trama se pierde en detalles superfluos y se diluye la fuerza emocional del relato. La introducción de ciertas criaturas míticas, aunque visualmente atractivas, podrían haberse integrado de forma más orgánica en la narrativa. No obstante, la película consigue mantener un ritmo pausado que permite al espectador absorber la atmósfera y conectar con el viaje emocional de Maria. La banda sonora, compuesta por Alexandre Desplat, es delicada y melancólica, complementando a la perfección las imágenes y la atmósfera de la historia.

En definitiva, “El secreto de la última luna” es una película que, aunque imperfecta, merece la pena ver. Es una experiencia cinematográfica peculiar, que invita a la reflexión y que dejará una huella en la memoria del espectador. No es una película para todas las edades, ni necesariamente para aquellos que buscan un entretenimiento ligero, pero para aquellos que disfrutan de las historias con matices oscuros y que exploran los recovecos de la infancia, ofrece una recompensa considerable. Es una evocación del miedo, la pérdida y la necesidad de encontrar un refugio, aunque sea en un mundo de plata y magia.

Nota: 7/10