El síndrome de Berlín (2017)

“El síndrome de Berlín” no es una película que te asalta con efectos especiales o una trama de acción vertiginosa. Es, en su lugar, una pieza de cine psicológico que te susurra al oído durante casi dos horas, dejándote con una sensación persistente de inquietud y una profunda reflexión sobre la fragilidad de las conexiones humanas. La dirección de Christian Petzold, aunque discreta, es magistral. Petzold evita los clichés del melodrama y se centra en la atmósfera, creando un ambiente opresivo y melancólico que se filtra por cada fotograma. El uso de la fotografía, en particular la del paisaje berlinés y los interiores grises y desolados, refuerza la sensación de aislamiento y desorientación que experimenta la protagonista. La película no se limita a mostrar la ciudad; la utiliza como un personaje más, que influye en el estado emocional de Clare.

La película se construye en torno a la relación entre Clare y Andi, interpretados por Sandra Hüller y Ben Whishaw. Hüller ofrece una actuación excepcionalmente sutil y poderosa. Su Clare es una mujer atrapada en un limbo emocional, una criatura vulnerable y observadora que, a pesar de su deseo de libertad, parece incapaz de romper el círculo de la introspección. Whishaw, por su parte, aporta un carisma innegable a Andi, pero evita caer en estereotipos de “guapo y misterioso”. Su Andi es un hombre complejo, consumido por sus propios demonios y con una habilidad inquietante para manipular las emociones de los demás. La química entre ambos actores es palpable, no en el sentido romántico tradicional, sino en un reconocimiento mutuo de la soledad y la incomunicación.

Lo que realmente distingue a “El síndrome de Berlín” es su guion, escrito por Petzold y Hannah Herzsprung. La historia no se cuenta de forma lineal, sino que se construye a través de diálogos pausados y significativos, de miradas reveladoras y de pequeños detalles que sugieren mucho más de lo que se dice. La película explora la idea del "síndrome de Berlín" – no como un trastorno clínico, sino como una forma de bloqueo emocional, un escape a través de la fantasía y la obsesión. Los personajes buscan refugio en el pasado, en la memoria y en la imaginación, lejos de sus vidas reales. La película plantea preguntas inquietantes sobre la autenticidad, la identidad y la búsqueda de la felicidad, sin ofrecer respuestas fáciles. La trama, a pesar de su lentitud, se vuelve intrincada, llevando al espectador a cuestionar las motivaciones de cada personaje.

Sin embargo, la película no está exenta de defectos. La lentitud, aunque contribuye al ambiente, puede resultar frustrante para algunos espectadores. Además, el final, aunque impactante, puede sentirse algo abrupto y carente de resolución. No obstante, “El síndrome de Berlín” es una obra de arte cinematográfica, una película que perdura en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan terminado. Es un retrato complejo y conmovedor de la soledad y la vulnerabilidad humana, una experiencia cinematográfica que valora la sutileza y la profundidad sobre el espectáculo. Es un logro importante para la cinematografía alemana contemporánea, y una recomendación firme para aquellos que buscan cine que incite a la reflexión.

Nota:** 8/10