El sueño de Arizona (1993)

“El sueño de Arizona” (1993) de Víctor Delano Torres no es una película fácil de digerir, ni tampoco pretende serlo. Es una película que se instala en la mente, persistiendo en sus imágenes y sus silencios, como una sombra larga que se alarga sobre el espectador. La cinta no ofrece respuestas fáciles; en su lugar, nos sumerge en una atmósfera de paranoia y desasosiego, donde la realidad y la percepción se desdibujan, dejando al espectador en una posición incómoda de incertidumbre. No es un thriller convencido, sino más bien una suerte de leyenda urbana en forma visual, una historia de inquietudes existenciales disfrazada de película western.

La dirección de Delano Torres es magistral, y no se basa en el despliegue de efectos especiales o en la violencia gratuita, que afortunadamente no hay. Su gran habilidad reside en crear un ambiente de tensión palpable, utilizando la inmensidad del desierto, las luces mortecinas del atardecer y las actuaciones contenidas de sus protagonistas para generar una sensación de amenaza latente. La cámara se mantiene a menudo lejana, observando desde un punto de vista impersonal, como un testigo silencioso de los eventos. Esto refuerza la idea de que la película no es solo una historia, sino una experiencia, algo que se siente más que se ve. La puesta en escena es austera y deliberadamente fría, lo que contribuye a la sensación de aislamiento y soledad que impregna la película.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Nick Nolte, en un papel que claramente le corresponde, ofrece una interpretación intensa y convincente de un hombre atormentado por su pasado. Su personaje, un vendedor de coches con un comportamiento errático y una mirada perdida, es un reflejo perfecto de la desesperación y la alienación. La joven Deborah Foreman, quien interpreta a la mujer misteriosa, aporta una presencia inquietante y enigmática. Su actuación es sutil pero efectiva, logrando transmitir una sensación de peligro y de fragilidad. La química entre los dos actores es, por momentos, tensa y perturbadora. La ausencia de diálogos largos y explícitos obliga a las actuaciones a ser aún más expresivas, y a la audiencia a leer entre líneas, a interpretar las intenciones de los personajes.

El guion, adaptado de un relato de Delano Torres, es deliberadamente ambiguo y abierto a la interpretación. No se cuenta una historia lineal, sino que se presenta una serie de fragmentos, de escenas inconexas que se entrelazan para formar un todo que sugiere una forma de locura, de obsesión, de pacto con el diablo. El simbolismo es omnipresente, y la película está llena de imágenes recurrentes que sugieren una conexión entre el pasado, el presente y el futuro. Aunque la trama puede resultar confusa para algunos espectadores, la atmósfera opresiva y la ambigüedad del guion son elementos clave para el éxito de la película. Es una obra que invita a la reflexión sobre temas como la culpa, la redención, la naturaleza de la realidad y la fragilidad de la mente humana.

Nota: 7/10