“El templo” (The Temple), la última obra del director Martin Scorsese (sí, ese mismo), es un ejercicio intrigante y, a la vez, desconcertante. Distanciado de su habitual estilo narrativo, Scorsese se sumerge en una atmósfera claustrofóbica y cargada de tensión, ofreciendo una experiencia cinematográfica que exige una mayor inversión del espectador. La película, que se centra en la relación entre un joven heredero de un imperio hotelero y su contraparte, una dominatrix que lo ha preparado para el auge empresarial, no busca respuestas fáciles ni ofrecer un desenlace satisfactorio. Lo que sí logra es generar un ambiente de incomodidad palpable, alimentado por la reticencia y la desconfianza entre los protagonistas.
La dirección de Scorsese se caracteriza por su cuidadosa selección de planos y su manejo impecable del sonido. No recurre a la grandilocuencia que a veces le caracteriza, sino que opta por una estética minimalista y sombría. La iluminación es fundamental: la luz tenue y los tonos apagados contribuyen a la sensación de opresión y aislamiento. Los espacios, en su mayoría hoteles lujosos y desolados, se convierten en personajes secundarios, reflejando el vacío interior y la frialdad del mundo que habitan los protagonistas. Sin embargo, esta sobriedad podría resultar, para algunos, excesiva, y la película no ofrece tanta acción visual como algunos espectadores podrían esperar.
Las actuaciones son, sin lugar a dudas, el punto fuerte de la película. Christopher Abbott ofrece una interpretación magistral como el heredero, un joven atormentado por su legado familiar y por la ambigüedad de su identidad. Su mirada esconde una profunda desesperación, y su actuación es un sutil ejercicio de contrición. Margaret Qualley, por su parte, brilla con una intensidad sorprendente. Su interpretación de la dominatrix, una figura fría y calculadora, equilibra la dureza con momentos de vulnerabilidad, revelando la cicatrización emocional que la ha convertido en lo que es. La química entre ambos actores es innegable y la tensión sexual, sutil pero presente, permea cada diálogo y cada escena.
El guion, escrito por el propio Scorsese y Mike Stout, es donde la película más decepciona. Si bien la premisa es original y la atmósfera es inquietante, el desarrollo de la trama es deliberadamente lento y ambiguo. No se ofrecen explicaciones claras sobre el pasado de los personajes ni sobre las razones de su conflicto. Se deja mucho a la interpretación del espectador, lo que puede ser atractivo para algunos, pero frustrante para otros. La película plantea preguntas sobre la identidad, el poder, la moral y las consecuencias de las decisiones, pero no las responde de manera definitiva. Es un ejercicio en la incertidumbre, una invitación a reflexionar, pero que a veces se siente como un laberinto sin salida. Se podría argumentar que esta ambigüedad es la intención de Scorsese, para forzar al espectador a involucrarse más en la narrativa y a cuestionar sus propias interpretaciones, pero es un camino difícil de transitar.
Nota: 6.5/10
