“El teorema de Marguerite” es un drama psicológico que se instala en la mente del espectador con una precisión inquietante. La película, dirigida por Justine Trietel, no busca grandilocuencias ni explosiones visuales, sino que se centra en la disrupción interna de Marguerite, interpretada con una vulnerabilidad magnética por la actriz francesa Adèle Haenel. La historia, aparentemente simple, es un catalizador para explorar las fragilidades de la inteligencia, la presión social y la búsqueda de la identidad.
La narrativa se desenvuelve a través de flashbacks que nos revelan la vida de Marguerite desde sus años de universidad hasta la noche fatídica en la que su tesis, considerada revolucionaria en el campo de las matemáticas, se disuelve. El guion, aunque lento en ocasiones, se construye con una meticulosidad que se asemeja a la lógica implacable de las matemáticas. Trietel maneja con maestría el ritmo pausado, permitiendo que la tensión crezca orgánicamente a partir de la creciente angustia de Marguerite. La película no ofrece respuestas fáciles; simplemente nos sumerge en la confusión y la desorientación de la protagonista, dejando al espectador reflexionando sobre las consecuencias de sus acciones y los riesgos inherentes a la búsqueda del conocimiento.
La actuación de Adèle Haenel es, sin duda, el corazón de la película. Ella no solo encarna la inteligencia brillante de Marguerite, sino también la profunda inseguridad y la creciente desesperación que la consumen. Su mirada, cargada de incertidumbre y anhelo, es capaz de transmitir una gama de emociones compleja y visceral. Haenel evita cualquier melodrama exagerado, optando por una sutileza que hace que cada gesto, cada mirada, sea significativo. Los actores de apoyo, aunque con menos protagonismo, contribuyen a la atmósfera opresiva y claustrofóbica de la historia. La química entre Haenel y su padre, interpretado por Patrick Troughton, es palpable y añade una dimensión emocional crucial a la trama.
Visualmente, la película es discreta pero efectiva. La fotografía de Denis Lenoir se centra en la paleta de colores fríos y apagados, reflejando el estado mental de la protagonista. Los espacios interiores, a menudo oscuros y minimalistas, intensifican la sensación de aislamiento y desorientación. La banda sonora, discreta y atmosférica, complementa a la perfección la narrativa. El uso del sonido, especialmente el silencio, es particularmente notable, enfatizando la introspección de Marguerite y la intensidad de sus pensamientos.
“El teorema de Marguerite” no es una película para todos los gustos. Requiere paciencia y una predisposición a sumergirse en la psicología de un personaje atormentado. Sin embargo, para aquellos que disfrutan de dramas introspectivos y que valoren una narrativa cuidadosa y con personajes complejos, esta película ofrece una experiencia cinematográfica verdaderamente memorable. Es una meditación sobre la ambición, el fracaso y la búsqueda de sentido en un mundo que a veces parece carecer de lógica.
Nota: 7/10