“El tiempo del lobo” (2022) de Ben Wheatley no es una película que te deje con una sensación de aplomo, sino que, de forma magistral, te arrastra a un torbellino de paranoia y desasosiego. Wheatley, conocido por su experimentación visual y su inclinación por lo perturbador, aquí nos entrega un thriller psicológico que, lejos de ofrecer respuestas fáciles, se centra en el lento desmoronamiento de la familia Sullivan, atrapada en un futuro distópico donde la realidad misma se vuelve maleable. La película, ambientada en un entorno rural inglés, es una atmósfera densa y claustrofóbica que, en conjunto con una banda sonora inquietante, se instala en el espectador con una eficacia brutal.
La dirección de Wheatley es, sin duda, el punto fuerte de la película. Su uso del sonido, la fotografía y la composición de planos es meticuloso y deliberado. Las imágenes, a menudo oscuras y con una paleta de colores apagados, transmiten una sensación constante de incomodidad y desorientación. Hay tomas largas y contemplativas, intercaladas con planos rápidos y frenéticos que reflejan la creciente ansiedad de los personajes. Wheatley no teme romper la cuarta pared, involucrando al espectador en la incertidumbre y en la sospecha de que nada es lo que parece. La película se siente como una experiencia inmersiva, un viaje mental a través de la mente fragmentada de los Sullivan.
Las actuaciones son sobresalientes. George Mackay, como el padre Daniel Sullivan, ofrece una interpretación particularmente convincente. Su personaje, consumido por la culpa y atormentado por eventos traumáticos del pasado, es complejo y profundamente humano. Joaquin Murphy como el hijo mayor, Caleb, evoluciona a lo largo de la película, mostrando un creciente desasosiego y una determinación casi visceral para proteger a su familia. La interpretación de Sophie Rundle como la madre, Sarah, es sutil pero poderosa, mostrando un miedo latente y una creciente desesperación. La dinámica familiar, a pesar del evidente drama, es auténtica y palpable, lo que añade aún más profundidad a la historia.
El guion, aunque tiene momentos brillantes, podría haberse beneficiado de una mayor concisión. La película se toma su tiempo para construir la atmósfera y explorar las motivaciones de los personajes, lo que puede resultar en una sensación de lentitud en algunos momentos. Sin embargo, la ambigüedad central de la trama – la naturaleza de la catástrofe y la realidad que los enfrenta – es precisamente lo que la hace tan fascinante. El guion plantea preguntas inquietantes sobre la moralidad, la memoria y el precio del fracaso, dejando al espectador con la sensación de que la verdadera amenaza no reside en el exterior, sino en lo que llevamos dentro. La película no se limita a ofrecer un relato de supervivencia, sino que se adentra en la fragilidad de la psique humana y en la capacidad del miedo para corromper incluso las almas más nobles.
Nota: 7/10