El tren (1964)

“El Tren” (2017), dirigida por Trần Anh Hung, no es una película fácil de digerir, pero su ambición visual y su atmósfera opresiva la convierten en una experiencia cinematográfica singular y, en cierto modo, inquietante. La película, una adaptación del relato homónimo de Patrick Süskind, se adentra en un pasado brutal, en la Europa pre-guerra, y nos presenta al Coronel Franz Von Waldheim, un agente nazi obsesionado con la adquisición de las vanguardias artísticas francesas, las cuales considera “degeneradas” y peligrosas para la moral alemana. Su misión: transportar estas obras de arte -pinturas, esculturas, fotografías- a Alemania en un tren que corre contra reloj, mientras la inminente llegada de los aliados amenaza con truncar su proyecto.

La dirección de Hung es impecable en su selección de locaciones y su uso del color. París, en este periodo, se muestra en todo su esplendor decadente y enigmático, con una paleta cromática que oscila entre el beige, el ocre y el gris, reflejo de la desesperación y la incertidumbre que recorren la narrativa. La película no se centra en la acción o en el suspense convencional. En cambio, se centra en la meticulosidad con la que Von Waldheim planea y ejecuta su tarea, y en su progresiva desintegración mental. La sensación de claustrofobia es constante, tanto física –el espacio reducido del tren– como psicológica. La filmación es deliberadamente lenta y contemplativa, permitiendo al espectador absorber la tensión y la frialdad de los personajes.

La actuación de Ben Whishaw como Von Waldheim es, sin duda, el punto culminante de la película. Whishaw ofrece una interpretación magistral, logrando transmitir la vacuidad moral, la obsesión y la creciente locura de un hombre que se ha perdido a sí mismo en el servicio de una ideología inútil. Su mirada, fría y calculadora, es capaz de helar la sangre al espectador. El resto del reparto, aunque competente, no alcanza la misma profundidad emocional. La película, sin embargo, no necesita de grandes espectáculos actoriales; la fuerza radica en la narrativa y en el retrato implacable de un hombre consumido por su misión.

El guion, basado en el texto de Süskind, es brillante en su tratamiento de los detalles. Hung no se limita a contar la historia; nos sumerge en la mente del coronel, explorando sus motivaciones y su percepción del arte y de la sociedad. El silencio, la formalidad de los diálogos y la insistencia en la meticulosidad de la tarea crean un ambiente de extrañamiento que, en lugar de ser un obstáculo, intensifica la sensación de horror y desesperación. La película, a pesar de su lentitud, consigue mantener al espectador en vilo hasta el final, cuestionando la naturaleza de la belleza, la moral y la responsabilidad individual.

Nota: 7/10