“El triángulo de la tristeza” es una película que, a primera vista, parece ser un comentario mordaz sobre la superficialidad del mundo de la influencia y la búsqueda desesperada de validación en redes sociales. Sin embargo, la película de Arte y la Industria se complica más allá de esta premisa inicial, revelándose como una experiencia visualmente impactante y psicológicamente inquietante, aunque no del todo satisfactoria. La dirección de Arte y la Industria, liderada por la siempre provocadora Carina Reygada, se centra en la creación de una atmósfera opresiva y claustrofóbica desde el primer minuto. El uso del color, especialmente los tonos grises y azules, refleja la creciente angustia de los personajes y el tedio insoportable de su entorno. La fotografía es excelente, con planos que atrapan la mirada del espectador y que, a menudo, funcionan como símbolos de la deshumanización de los protagonistas.
El guion, adaptado de un cuento de Ana Espedido, no se aferra a ofrecer respuestas fáciles. En lugar de eso, presenta un debate implícito sobre la vulnerabilidad, la responsabilidad y la naturaleza de la fama. El personaje de Carl, interpretado con una frialdad calculada por Diego Fuentes, es un enigma desde el principio. Su comportamiento, inicialmente percibido como arrogante y pretencioso, se va desvelando gradualmente, revelando una fragilidad subyacente que lo hace sorprendentemente comprensible. Por otro lado, la interpretación de Soledad Villamil como Yaya es notablemente sutil. Evita la sentimentalidad gratuita, ofreciendo una lectura más ambigua de su personaje, una mujer atrapada en una red de expectativas y apariencias. El actor Alejandro Ruíz Flores, quien da vida al capitán, aporta una presencia imponente y amenazante, sin caer en estereotipos. Su personaje actúa como un catalizador de la tensión, pero su motivación permanece, en parte, oculta.
Lo más destacable de la película reside en su capacidad de mantener al espectador en un estado constante de incertidumbre. La trama, inicialmente sencilla, se complica con la llegada de la tormenta, no solo como evento climático, sino como un poderoso símbolo de la fragilidad de las apariencias y de la confrontación con la propia vulnerabilidad. Sin embargo, la película podría haber profundizado más en el desarrollo de sus personajes secundarios y en la exploración de las relaciones interpersonales. Algunas subtramas, presentadas como potenciales puntos de conflicto, terminan quedando desaprovechadas. El ritmo, aunque deliberadamente lento y contemplativo, a veces se siente excesivamente pausado, lo que podría frustrar a algunos espectadores. A pesar de estas deficiencias, “El triángulo de la tristeza” es una película que invita a la reflexión y que, sin duda, dejará una huella en la mente del espectador. Es una obra que, más que entretener, busca provocar un diálogo interno sobre la naturaleza humana y la búsqueda de significado en un mundo cada vez más superficial.
Nota: 7/10