El truhán y su prenda (1980)

“El truhán y su prenda” (1964), dirigida por Vincente Minelli, es una comedia negra que, lejos de ser una simple fábula sobre la avaricia y la fortuna, se erige como un estudio sutil y, a veces, inquietante sobre la capacidad humana para la hipocresía y el aislamiento. Minelli, maestro del melodrama y del espectáculo, construye una atmósfera visualmente rica y contrastada, donde la opulencia de la vida de Jones (Walter Matthau) choca con la precariedad y el dolor de una niña, Dorothy (Natalie Wood), que se convierte en el objeto de un contrato fatal y, a su vez, en un catalizador de la redención del protagonista.

Matthau, como siempre, ofrece una interpretación magistralmente cínica y amargada de Jones. Su personaje es un hombre consumido por la codicia, pero también por la soledad. Su trato inicial con Dorothy es frío, pragmático, y revela una profunda falta de empatía. Sin embargo, a medida que se involucra emocionalmente con la niña, se observa un cambio sutil pero palpable en su carácter. Matthau maneja con maestría el delicado equilibrio entre la crueldad y la vulnerabilidad, logrando que el espectador comparta, al menos parcialmente, la angustia del personaje.

La actuación de Natalie Wood como Dorothy es conmovedora y, a veces, profundamente perturbadora. La niña, con su inocencia y su necesidad de afecto, se convierte en un espejo que refleja la vacuidad moral de Jones. Wood transmite la fragilidad y el miedo de Dorothy de manera efectiva, sin caer en la exageración sentimental. La relación entre Jones y Dorothy, lejos de ser un simple elemento de la trama, se convierte en el núcleo emocional de la película, cuestionando la definición misma de la familia y la responsabilidad.

El guion, adaptado de la obra teatral de Thornton Wilder, está plagado de diálogos ingeniosos y situaciones cómicas. Minelli, sin embargo, lleva la comedia negra a un nivel superior, empleando un ritmo pausado y un uso magistral de la música de Henry Mancini, que intensifica la atmósfera melancólica y la tensión dramática. La película, aunque a veces un poco lenta por el estilo de Minelli, se beneficia de una dirección impecable y de la habilidad para crear imágenes memorables. La paleta de colores, el vestuario, y la ambientación de los casinos y mansiones contribuyen a generar un mundo visualmente atractivo y opulento, a la vez que subrayan la miseria espiritual de los personajes.

“El truhán y su prenda” no es solo una comedia, sino una reflexión sobre la naturaleza humana, la búsqueda de la conexión y las consecuencias de nuestras decisiones. Es una obra que persiste en la memoria por la complejidad de sus personajes, la belleza de su puesta en escena y la ambigüedad moral que lo impregna. Es una película que invita a la reflexión y que, a pesar de su tono oscuro, ofrece una esperanza tenue pero presente.

Nota: 8/10