“El último deber” no es, en absoluto, el thriller naval de acción que el título podría sugerir. Más bien, se presenta como un drama introspectivo y, a su manera, sorprendentemente conmovedor. La película, dirigida con una sutileza notable por Liam Gillespie-Young, se centra en la transformación personal de tres hombres – oficiales de la marina y un marinero – a lo largo de un viaje marítimo que, inicialmente, parece un traslado rutinario. Sin embargo, la película te atrapa desde el principio, construyendo lentamente una atmósfera de tensión contenida y de silencios cargados, donde cada mirada y cada gesto poseen un significado profundo.
El guion, adaptado de un relato de James Sallis, se aleja de la espectacularidad en favor de una exploración psicológica. La historia no se basa en persecuciones ni en explosiones, sino en las conversaciones entre los personajes y en las reflexiones que surgen de esos encuentros. El ritmo es deliberadamente pausado, lo que puede resultar lento para algunos espectadores acostumbrados al entretenimiento inmediato, pero que, en mi opinión, es fundamental para el éxito de la película. La película se deleita en las pequeñas sutilezas de la comunicación, revelando gradualmente las motivaciones y los miedos de cada uno. Es un guion que no busca dar respuestas fáciles, sino más bien estimular la reflexión sobre temas como la responsabilidad, el arrepentimiento y el valor del perdón.
Las actuaciones son sobresalientes. Jack O'Connell, como el marinero David, transmite con una increíble vulnerabilidad y honestidad el peso de su pasado y la incertidumbre sobre su futuro. Su personaje es el catalizador emocional de la película, forzando a los otros dos hombres a confrontar sus propios demonios internos. Ethan Hawke, en el papel del capitán, ofrece una interpretación matizada y estoica, evitando caer en estereotipos de héroe militar. Su rostro, lleno de líneas de experiencia, denota un hombre que ha visto mucho y que ha aprendido a llevar sus problemas en silencio. James McAvoy, como el oficial segundo, aporta un contrapunto interesante, con un aire de arrogancia y desapego que poco a poco se va desmoronando a medida que avanza la historia. Cada uno de los actores crea una presencia palpable en la pantalla, contribuyendo a la autenticidad del drama.
La cinematografía, aunque discreta, cumple su función de ambientación, capturando la belleza austera del océano y la soledad del barco. La iluminación, a menudo sombría y contrastada, refuerza la atmósfera melancólica de la película. La banda sonora, minimalista y evocadora, se integra perfectamente en la narrativa, intensificando el impacto emocional de las escenas clave. “El último deber” no es una película para todos los públicos, pero aquellos que aprecien el cine que invita a la introspección y que se centra en la complejidad de la condición humana, seguro que encontrarán en ella una experiencia gratificante. Es un drama sutil pero potente que permanecerá contigo mucho después de que los créditos finales hayan pasado.
Nota: 7.5/10