El último gran día (2010)

“El último gran día” (The Holdovers) es una película que te atrapa desde el primer momento, no por la grandilocuencia de su premisa, sino por la exquisita vulnerabilidad que logra generar. Dirigida por Alexander Payne, el realizador de “Nebraska” y “Los únicos” –películas que han definido un cierto tono particular en el cine estadounidense–, la película se centra en un grupo de personas a las que el destino ha condenado a pasar la Navidad en un colegio privado de Minnesota en 1970. La historia gira en torno a un profesor de historia, Paul Hunnan (interpretado magistralmente por Paul Giamatti), un hombre divorciado, amargado y desilusionado, obligado a quedarse con un grupo de estudiantes que no tienen familia cerca para que puedan pasar las vacaciones navideñas. Entre ellos se encuentra un chico taciturno llamado Mitchell, un chico que ha perdido a su madre y cuya melancolía se palpa en cada mirada.

Giamatti ofrece una actuación trascendental. Su Paul Hunnan es un personaje complejísimo; un hombre que se muestra inicialmente brusco y distante, pero que, gradualmente, revela sus propias heridas emocionales, sus miedos y sus añoranzas. La dirección de Payne sabe jugar con la cámara, utilizando primeros planos que capturan la intensidad de las emociones de los personajes y planos generales que reflejan la desolación del paisaje nevado. El uso del blanco y el gris acentúa la atmósfera sombría y el sentimiento de aislamiento que impregna la película. Pero, más allá de la dirección y la atmósfera, reside el guion. La película no se basa en tramas complejas o giros argumentales espectaculares. Su fuerza reside en la honestidad de sus diálogos y en la forma en que retrata las relaciones humanas, especialmente la improbable conexión que se establece entre Paul, el chico taciturno y una joven obesa, Mary Lambeau (Iris Hartranft), que también se encuentra aislada en el colegio por Navidad. La dinámica entre estos tres personajes es el corazón de la película, un torbellino de melancolía, humor negro y, sobre todo, de la necesidad de ser visto y comprendido.

La película no evita el humor, pero lo utiliza con elegancia y sutileza. Hay momentos de risa genuina, a menudo derivados de la idiosincrasia de los personajes y de las situaciones absurdas en las que se ven envueltos. Sin embargo, "El último gran día" es, ante todo, una película sobre la soledad, la pérdida y la búsqueda de la conexión. La película no pretende ofrecer soluciones fáciles ni finales felices; simplemente nos muestra cómo tres personas al borde de la desesperación encuentran, a la fuerza, un camino hacia la redención. La película es unánime en el reconocimiento de la calidad de las actuaciones, particularmente las de Giamatti y Hartranft, pero también merece un alto reconocimiento el papel de Dominic Sessa como el chico Mitchell. La película está repleta de momentos agridulces que, inevitablemente, te dejarán con una sensación de melancolía persistente. No es una película para reírse a carcajadas, pero sí para reflexionar. Es un pequeño tesoro cinematográfico que se queda grabado en la memoria.

Nota: 8/10