El último guerrero (2017)

“El último guerrero” (The Last Warrior) no es solo una película de acción y fantasía, es una inmersión profunda en un universo narrativo audaz y, a pesar de su algo complicada producción, sorprendentemente satisfactoria. La película, que ha generado controversia por su presupuesto y sus métodos de producción, me ha dejado con una sensación ambivalente, una mezcla de admiración por su visión particular y un ligero desconcierto por ciertas decisiones creativas. La cinta, ambientada en el remoto y místico Belogorye, despliega un mundo visualmente impactante, un tapiz de colores vibrantes, arquitectura medieval y paisajes espectrales que evocan las leyendas y cuentos populares rusos. Esta atmósfera densa, salpicada de elementos folclóricos y una estética que recuerda a la animación tradicional rusa, es, sin duda, la mayor fortaleza de la película.

La dirección de Andrei Vlasov es ambiciosa, y en ocasiones arriesgada. Intentando combinar la escala épica del cine de aventura con una sensibilidad visual distintiva, el resultado es un estilo que puede resultar demasiado recargado en ciertos momentos. La película no rehúye en mostrar la violencia, pero su presentación se ve interrumpida por momentos de sobreexposición, que restan impacto y saturación de la imagen. Sin embargo, la coreografía de las escenas de lucha es notablemente fluida y dinámica, llena de movimientos inventivos que aprovechan al máximo la locación y el uso de efectos prácticos, lo que aporta realismo y visceralidad a las peleas. Vlasov, sin embargo, a veces sacrifica la claridad narrativa en favor de la grandilocuencia visual, lo que puede dificultar el seguimiento de ciertos eventos y la conexión emocional con los personajes.

Las actuaciones son un punto fuerte, especialmente la de Sergey Bezrukov como Ivan, un hombre común que se ve inesperadamente catapultado al centro de una profecía ancestral. Bezrukov transmite con convicción la vulnerabilidad y el creciente coraje de su personaje, y su interacción con los demás personajes, incluyendo la enigmática Lyubov (Anna Corina), crea una dinámica interesante y, en ciertos momentos, muy conmovedora. El resto del reparto, aunque menos desarrollado, aporta su peso a la construcción del mundo y a la ambientación. Es notable el cuidado en la selección de actores que encarnan los distintos arquetipos de hadas y héroes rusos, dándole vida a personajes que son a la vez familiares y fantásticos.

El guion, aunque basado en un relato de Mikhail Lermontov, “A la orilla del espejo”, no siempre logra cohesionarse. La trama, a menudo compleja y llena de flashbacks, puede resultar confusa y poco clara, y el ritmo, irregular. A pesar de la riqueza de la mitología y los elementos fantásticos, la película carece de una profundidad emocional y de un mensaje claro. Las motivaciones de algunos personajes no están completamente desarrolladas, y la resolución final, aunque espectacular, parece un tanto abrupta y poco satisfactoria. La película se esfuerza por ser un referente del cine de fantasía épica, pero termina siendo más un intento audaz que una obra maestra completa. Sin embargo, la capacidad de la película para evocar una sensación de asombro y misterio es innegable, y vale la pena experimentarla con la mente abierta.

Nota: 6/10