El último unicornio (1982)

“El último unicornio” (1982) es una película que, a pesar de su aparente sencillez y un guiño irónico a la fantasía, logra evocar una profunda reflexión sobre la pérdida de la inocencia, la memoria y la importancia de la conexión humana. La película, dirigida por Barry Levinson, se presenta como un cuento de hadas, pero bajo la superficie se esconde una historia de adultos, que dialoga sobre la nostalgia, la identidad y el impacto del trauma en la memoria.

El guion, adaptado de la novela de Peter S. Beagle, destaca por su elegancia melancólica. No rehúye de las verdades incómodas, explorando con sutileza el dolor de la soledad y el esfuerzo por aferrarse a un pasado idealizado. La trama, aunque lineal, se beneficia de un ritmo pausado y de diálogos inteligentes que van más allá de la simple narración. El contraste entre la inocencia de Amalthea y la resignación del anciano Schmendick es uno de los elementos centrales de la película y genera un impacto emocional considerable.

Las actuaciones son excepcionales. Kim Burston encarna a Amalthea con una vulnerabilidad conmovedora, transmitiendo de manera magistral la evolución de una criatura mágica que lucha por encontrar su lugar en el mundo. Jeff Burton como Schmendick aporta una profundidad inesperada a un personaje que podría haber sido meramente caricaturesco, y su relación con Amalthea es el corazón emocional de la película. Paul McCartney, en un papel breve pero significativo, ofrece una interpretación encantadora como el músico, contribuyendo a la atmósfera onírica y a la peculiaridad de la historia.

La dirección de Barry Levinson se caracteriza por un cuidadoso uso de la fotografía, que emplea una paleta de colores pastel para evocar un mundo de ensueño, mientras que los tonos más oscuros y la iluminación sombría resaltan los momentos de peligro y de reflexión. La banda sonora, compuesta por John Williams, es, como era de esperar, sublime y añade una capa extra de emoción a la narrativa. La película no busca efectos especiales grandilocuentes, sino que se concentra en la atmósfera, los personajes y las emociones que despiertan. La transformación de Amalthea, aunque llevada a cabo con una estética ligeramente anticuada para los estándares modernos, es visualmente agradable y sirve para subrayar el contraste entre su forma original y su nueva identidad.

En definitiva, “El último unicornio” es una película poética y conmovedora que invita a la reflexión. No es una obra para niños, sino para adultos que recuerdan la belleza y la melancolía de la infancia perdida. Su elegancia y su capacidad para conectar con las emociones del espectador la convierten en una joya del cine fantástico que merece ser descubierta y redescubierta.

Nota: 8/10