“El Último Verano” es una película que, en lugar de irromper con la fuerza explosiva que su premisa sugiere, opta por una reflexión pausada y a veces dolorosa sobre el deseo, el arrepentimiento y las consecuencias de nuestras elecciones. Dirigida con sensibilidad por Claire Denis, la cinta no busca la espectacularidad, sino la sutileza, construyendo una atmósfera opresiva que se instala lentamente en el espectador. Denis, maestra en la gestión del tiempo y la tensión, utiliza la lentitud para subrayar la incomodidad latente, el deseo reprimido y la fragilidad de las relaciones humanas.
La película se centra en Anne (Léa Seydoux, con una interpretación particularmente cautivadora), una abogada exitosa y controlada, que se ve confrontada por la aparición de Theo (Halston Sage), el hijo de su marido Pierre (Ben Whishaw). La conexión entre ambos es innegable, inmediata y perturbadora. No se trata de un amor romántico convencional, sino de una atracción visceral, casi primigenia, que desestabiliza la estructura familiar que Anne ha construido. Seydoux logra transmitir la complejidad de sus emociones: la fascinación, el miedo, la culpa y la profunda sensación de estar en un territorio desconocido. Whishaw, por su parte, ofrece un retrato de un hombre atrapado en la incomodidad, en la confusión y en el reconocimiento de que su pasado y su presente se cruzan en un punto de no retorno.
El guion, aunque deliberadamente lento, se apoya en un diálogo preciso y lleno de matices. No hay grandes discursos ni explicaciones exhaustivas. En su lugar, la película se deleita en las miradas, en los silencios, en las pequeñas acciones que revelan la tensión emocional entre los personajes. La dirección de fotografía, firmada por Claire Denis y Frédéric Dupont, es exquisita, utilizando la luz y la sombra para acentuar la atmósfera melancólica y la sensación de decadencia. Los escenarios, por su parte, reflejan la belleza desoladora del entorno, contribuyendo a la creación de un ambiente inquietante y opresivo.
La película no ofrece respuestas fáciles. No intenta justificar las acciones de los personajes, sino que los presenta como víctimas de sus propios deseos y de las circunstancias. Se centra en la consecuencia de un encuentro que, aparentemente insignificante, puede alterar irreversiblemente el curso de la vida. La película sugiere que a veces, los límites que nos imponemos son la única forma de mantener el control, y que romperlos puede conducir a un vacío existencial. La maestría de Denis radica en su habilidad para generar una experiencia emocional poderosa y duradera, que permanecerá en la memoria del espectador mucho después de que las imágenes se hayan desvanecido.
El ritmo pausado puede resultar frustrante para algunos espectadores acostumbrados a narraciones más convencionales, pero para aquellos que se permiten perderse en la atmósfera y en la sutileza de la película, “El Último Verano” se convierte en una experiencia cinematográfica profundamente gratificante. Es una película que invita a la reflexión y que, sin duda, será objeto de debate y análisis durante mucho tiempo.
Nota: 8/10