El único (2001)

“El Único” es una película que se instala en la mente con una fuerza inquietante y una atmósfera densa que, a pesar de su premisa futurista, recuerda mucho a las tragedias personales. El director, Michael Winterbottom, logra generar una tensión constante que se basa, en gran medida, en la introspección del protagonista, Gabriel Yulaw, interpretado magistralmente por Riz Ahmed. Ahmed nos entrega una actuación compleja y conmovedora, transmitiendo la desesperación, la culpa y el miedo de un hombre que se ve desgarrado por una existencia que no comprende y que, de alguna manera, es responsable de su propio infierno. No es un héroe, ni siquiera un personaje simpático, y esa es precisamente la clave para que su viaje sea tan impactante.

La película se centra en la idea de las vidas alternativas y la idea de que cada persona tiene un "yo" malvato. La premissa es intrincada y, aunque inicialmente puede parecer compleja, Winterbottom la explora con una elegancia que evita caer en la sobreexplicación. El concepto de absorber las habilidades de las vidas destruidas, aunque un recurso narrativo habitual en el género de ciencia ficción, se utiliza aquí para profundizar en la psicología del personaje. Ahmed explora la idea de la responsabilidad personal y la inevitabilidad del mal, sugiriendo que, incluso en un mundo con infinitas posibilidades, las decisiones individuales tienen consecuencias devastadoras. La película no se preocupa por responder a “por qué” existe el mal, sino por la fuerza y la persistencia con la que se manifiesta.

La dirección de Winterbottom, como suele ser habitual, se caracteriza por una economía visual y un ritmo pausado. La película no recorta nada, permitiendo que las escenas se desarrollen lentamente, intensificando la sensación de claustrofobia y desesperación. La fotografía es impecable, empleando tonos grises y oscuros que reflejan la desesperación del protagonista. La banda sonora, minimalista pero efectiva, complementa a la perfección la atmósfera sombría y melancólica. La película se centra en el personaje y en su lucha interna, relegando a un segundo plano el elemento de ciencia ficción, aunque este último forma una parte integral de la narrativa y proporciona un marco para la exploración psicológica. No hay grandes explosiones o efectos especiales deslumbrantes, pero sí una representación visceral de la tormenta interna que consume a Yulaw.

El guion, coescrito por Winterbottom y James Bellwart, es inteligente y evita los clichés del género. Se permite un espacio de reflexión, permitiendo al espectador cuestionar la naturaleza de la identidad y el impacto de nuestras acciones en el mundo, incluso si este mundo es, en realidad, una confluencia de infinitas posibilidades. Si bien la trama principal puede resultar un tanto lineal, la profundidad de la exploración del personaje y la atmósfera opresiva contribuyen a superar la simpleza de la historia. La película no intenta ofrecer soluciones fáciles ni respuestas definitivas; simplemente presenta una historia sobre la autodestrucción, la culpa y el lamento. Es un retrato inquietante del precio que puede pagar la obsesión y la incapacidad para confrontar nuestro propio “yo” malvato.

Nota: 7/10