El vacío (2016)

“El Vacío” no es un sustento para el terror psicológico, sino una inmersión brutal y visceral en una pesadilla claustrofóbica. La película, dirigida con una precisión metódica por José Ramón Sánchez, se presenta como un estudio sobre la fragilidad humana cuando se ve confrontada a la absoluta pérdida de control y la amenaza de lo desconocido. La historia, sencilla en su premisa inicial, se convierte en un ejercicio inquietante de tensión y, en última instancia, de desesperación. Desde el primer fotograma, la película se instala en la mente del espectador, transmitiendo una sensación constante de peligro inminente, alimentada por una fotografía sombría y cuidadosa que utiliza la penumbra y los espacios reducidos para maximizar el impacto visual.

La dirección de Sánchez es el pilar fundamental de la película. No se apoya en jump scares baratos o gore innecesario, sino que construye el horror lentamente, a través de la acumulación de detalles inquietantes, el uso inteligente del sonido –la respiración agitada de los personajes, los murmullos incomprensibles, el goteo constante– y la sensación palpable de aislamiento. La película crea una atmósfera opresiva, donde cada movimiento, cada mirada, cada sonido, parece presagiar un desastre. Se evita, en gran medida, el exceso de explicación, permitiendo que la imaginación del espectador complete los espacios en blanco, lo que, en última instancia, hace que la experiencia sea mucho más perturbadora.

Las actuaciones son impecables. Juan Diego Solís, como el policía principal, transmite una mezcla de valentía y vulnerabilidad que hace que su lucha por proteger a los demás sea increíblemente convincente. Su personaje es un hombre atormentado por sus propios demonios, y su determinación de enfrentarse a la amenaza que se avecina es lo que le otorga un cierto carisma a la película. Las interpretaciones de los pocos médicos y pacientes del hospital son igualmente sólidas, cada uno reaccionando de manera diferente ante el caos, revelando sus miedos y debilidades más profundas. Sin embargo, es la actuación de la criatura, representada con una contundente mezcla de efectos especiales y dirección de arte, la que realmente marca la diferencia. La ambigüedad de su origen y propósito la convierte en una figura aterradora, no solo física, sino también conceptual.

El guion, aunque conciso, es efectivo en su construcción de la tensión y su exploración de temas como el trauma, el miedo y la pérdida de la inocencia. La falta de respuestas fáciles y la incertidumbre constante son elementos clave de la película, reforzando la sensación de estar atrapado en un bucle de terror sin salida. La película no se dedica a dar respuestas fáciles o a explicar completamente la naturaleza de la amenaza, lo que permite una interpretación abierta y prolongada después de verla. Es una película que te sigue perturbando mucho tiempo después de que terminen los créditos.

Nota: 7/10