“El viejo roble” (The Old Oak) es una película que se erige como una pequeña, pero resonante, alegoría sobre la pérdida, la comunidad y la dificultad de encontrar un puerto seguro en un mundo que cambia rápidamente. Dirigida por Charlotte Regan, la película se centra en la vida de los habitantes del The Old Oak, el último pub de un pueblo del noreste de Inglaterra sumido en la decadencia, donde el cierre de las minas ha desencadenado una ola de éxodo y la llegada de refugiados sirios. No se trata de un drama grandioso o de una épica narrativa, sino de un retrato íntimo y a veces agridulce de las vidas individuales que se entrelazan en este espacio simbólico.
La dirección de Regan es precisa y observacional. Evita los clichés y la sentimentalidad barata, optando por un estilo visual sobrio que refleja la dureza y el cansancio de la vida en el pueblo. La cámara a menudo se queda muda, observando la rutina diaria, las conversaciones casuales y las miradas perdidas de los personajes. Este enfoque permite al espectador conectar profundamente con el ambiente y la sensación de aislamiento que impregna la película. Regan utiliza con maestría el espacio del pub como eje central, un lugar donde la nostalgia, la esperanza y la desesperación se mezclan sutilmente. La iluminación, con predominio de tonos cálidos, contrasta con la palidez de los rostros y la melancolía que emanan los personajes.
El reparto es excepcional. Lesley Manville, en el papel de la dueña del pub, es deslumbrante. Su actuación es una mezcla perfecta de fuerza y vulnerabilidad. Captura a la perfección la complejidad de una mujer que ha dedicado su vida al pub y que se ve forzada a enfrentar un futuro incierto. Pero la película no se centra únicamente en Manville. También destacables son la actuación de Gabriel Byrne, quien interpreta a un refugiado sirio que intenta reconstruir su vida, y la de Jodie Comer, que aporta una dosis de vitalidad y humor en un personaje que busca un nuevo comienzo. La química entre los actores es palpable, creando escenas de diálogo honestas y emotivas.
El guion, escrito por Charlotte Regan y Jack Throne, es lo que realmente eleva la película. La trama no se basa en un evento dramático o en una historia de acción. En cambio, se centra en los pequeños detalles de la vida cotidiana, en las conversaciones sin pretensiones y en las relaciones que se forman entre los personajes. La película plantea preguntas importantes sobre la identidad, la inmigración y la búsqueda de un hogar, pero lo hace de una manera sutil y reflexiva. No hay respuestas fáciles ni soluciones obvias. El guion se vale de la ambigüedad, permitiendo que el espectador forme sus propias conclusiones. La película logra transmitir la sensación de una realidad compleja y en constante cambio. El ritmo es pausado, quizás demasiado para algunos, pero esto contribuye a la atmósfera melancólica y contemplativa.
En definitiva, “El viejo roble” es una película conmovedora y bien construida, que ofrece una visión realista y humanista de un pueblo en crisis. No es una película que te hará llorar a mares, pero sí te dejará pensando en las historias que se esconden tras las apariencias. Es un retrato de la vida en la periferia, de la dificultad de adaptarse a un mundo en constante cambio y de la importancia de la comunidad, incluso en los momentos más oscuros. La película es un testimonio del poder de la narrativa y de la capacidad del cine para conectar con las emociones más profundas del espectador.
Nota: 8/10