“El Yangtsé en Llamas” no es simplemente una película de guerra; es una meditación sobre la condición humana bajo el peso de la violencia y la desesperación. Dirigida magistralmente por Fritz Lang, la película se erige como una obra maestra del cine negro y la tensión existencial, ofreciendo una experiencia cinematográfica inmersiva y perturbadora que, a pesar de su ambientación histórica, sigue siendo terriblemente relevante en el presente.
La película se centra en el San Pablo, un patrullero estadounidense que se ve involucrado en el caos del conflicto chino. La trama, a primera vista, parece sencilla: un nuevo miembro, el maquinista Jake Holman (Charleton Heston), genera fricción en el barco, a pesar del caluroso clima, y el capitán Collins (Robert Mitchum) debe lidiar con las consecuencias. Sin embargo, Lang no se conforma con un simple relato de aventuras marítimas. La fuerza de la película reside en su capacidad para explorar las consecuencias morales de la guerra y la forma en que ésta corrompe incluso a los individuos más aparentemente íntegros. El Yangtsé no es un escenario, sino un personaje activo, un río que consume y desgarra, reflejando la fragilidad de la paz y la dificultad de mantener la esperanza en un mundo al borde del colapso.
Las actuaciones son excepcionales. Robert Mitchum, en el papel de Collins, ofrece una interpretación sutil pero poderosa de un hombre consumido por el deber y la culpa. Su rostro, arrugado por la experiencia, transmite una carga de dolor y reflexión que contrasta de manera efectiva con la arrogancia inicial de Heston. Pero es el joven y prometedor Gregory Peck quien, como el nativo chino Po-Han, roba la atención del espectador. Peck logra conmover al público gracias a una interpretación llena de matices que revela una profunda humanidad y una inesperada valentía. La relación que se desarrolla entre Po-Han y Collins es el corazón de la película, una improbable conexión basada en el respeto mutuo y la comprensión, a pesar de las barreras culturales y políticas.
La dirección de Lang es, sin duda, el elemento más sobresaliente de la película. La atmósfera es claustrofóbica y opresiva, intensificada por la fotografía en blanco y negro de Arthur Prinz. Los planos cerrados, la iluminación sombría y el uso del sonido, con el constante vaivén del agua y los disparos de armas, crean un ambiente de constante tensión y paranoia. El director no recurre a la violencia explícita, sino que la sugiere de manera muy efectiva a través de la atmósfera y las miradas de los personajes. El guion, adaptado de la novela de Bryce Carson, logra balancear la acción con la reflexión, permitiendo que el espectador se sumerja en la complejidad de la situación y en la angustia de los personajes. Lang, de manera magistral, evita caer en simplismos y ofrece una visión multifacética del conflicto, centrada en el impacto humano de la guerra.
Finalmente, “El Yangtsé en llamas” es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan rodado. Su mensaje sobre la fragilidad de la paz, la moralidad en tiempos de guerra y la importancia de la conexión humana sigue siendo tan relevante hoy como lo fue en 1947. Es una experiencia cinematográfica visceral que te obliga a confrontar la oscuridad de la condición humana.
Nota: 9/10