“El zorro de los océanos” (1939) no es una película de espías grandilocuente ni una explosión de acción desenfrenada. Es, en cambio, un drama psicológico con tintes de suspense y un palpable aroma a la Inglaterra de la época. El director John Hough, conocido por sus melodramas familiares, logra, a pesar de la atmósfera de inminente guerra, crear una atmósfera densa y evocadora que se aferra al espectador. La película es un estudio de personajes, un retrato sutil de la moral ambigua de la época y de la fragilidad de la humanidad frente a la maquinaria bélica.
La película se centra en Carl Ehrlich, interpretado con una calma reservada por Robert Young. Young transmite la complejidad de su personaje con notable maestría. Ehrlich no es un héroe idealizado; es un hombre pragmático, consumido por la ambición y el deseo de recuperar su estatus. Su ambivalencia, su mezcla de resentimiento por las injusticias percibidas y su capacidad de adaptación a las circunstancias, lo convierten en un personaje redentoramente humano. La química entre Young y David Hunter, quien interpreta al comandante Napier, es excelente y su amistad, basada en años de camaradería y secretos compartidos, proporciona una base sólida para el drama que se desarrolla. El resto del reparto, incluyendo a una Helen Jerome Royce convincente como la cónsul alemana, contribuye a la construcción de un mundo creíble, aunque a veces un poco plano en cuanto a sus motivaciones.
El guion, adaptado de la novela de Damon Galgut, es sólido y, a pesar de carecer de giros argumentales realmente sorprendentes, se basa en situaciones con las que el espectador puede identificarse, ya que explora temas universales como la lealtad, la traición y las consecuencias de las decisiones personales. La película evita las simplificaciones propias del género de espías, presentando dilemas morales ambiguos donde no existen respuestas fáciles. La trama se despliega a un ritmo medido, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente, creando un ambiente de inquietud constante. La dirección de fotografía, con tonalidades grises y apagadas que reflejan la atmósfera sombría de la época y el temor a lo desconocido, es otro punto fuerte, contribuyendo significativamente a la ambientación.
Si bien “El zorro de los océanos” no es una obra maestra cinematográfica, sí es una película que se queda en la memoria. Su fuerza reside en su tratamiento realista de los personajes y en su capacidad para evocar la atmósfera de incertidumbre y peligro que caracterizaba a Europa en 1939. Es un film que invita a la reflexión sobre las consecuencias de la guerra y la complejidad de la condición humana. No es una película para aquellos que buscan acción desenfrenada, sino para quienes disfrutan de un drama psicológico bien construido y con un trasfondo histórico relevante.
Nota: 7/10