Elegidos para el triunfo (1993)

“Elegidos para el triunfo” no es una película que se recuerde por su complejidad narrativa o por sus innovadoras imágenes. Es, sin embargo, una película con un calóricamente agradable sabor a cine de los 80, una oda al espíritu deportivo y, lo que es más importante, una historia sobre la perseverancia y la amistad que, a pesar de sus fallos técnicos, consigue generar un impacto emocional significativo. La película nos presenta a Derice, Sanka, Junio Bevil y Yul, cuatro jóvenes nadadores jamaicanos cuya ambición les lleva a participar en los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary, algo completamente ajeno a su experiencia y a su entorno. La premisa es inherentemente previsible, pero la ejecución, guiada por la dirección de Jean-Jacques Beaudoin, se siente genuinamente inspiradora.

El corazón de la película reside en la relación entre estos atletas y el viejo Michael Landon, interpretado por John Candy. Candy, con su característica dulzura y su capacidad de transmitir empatía, ofrece una actuación sólida que es el pilar del drama. Su personaje, un ex-campeón estadounidense en crisis económica, es un alivio para los atletas y una figura paterna que les ayuda a superar sus miedos y a entender la importancia del trabajo en equipo. Si bien la química entre Landon y los jóvenes jamaicanos no siempre es creíble, Candy logra conectar con el espectador y generar una sensación de calidez y esperanza. Las escenas donde Landon comparte su experiencia, sus errores y su sabiduría con los atletas son las más memorables de la película y contribuyen significativamente al mensaje central de la historia.

El guion, escrito por Fred Potash y John J. McLaughlin, es, en general, directo y funcional. Se centra en la evolución personal de los personajes y en el desarrollo de su relación. Sin embargo, la película no evita los clichés del género deportivo y a veces recurre a situaciones exageradas para intensificar la tensión dramática. La adaptación a la nieve, por ejemplo, se presenta de forma algo simplificada y no siempre se justifica de la manera más convincente. No obstante, el guion cumple su función de construir una narrativa emotiva y de transmitir un mensaje positivo sobre la superación personal y el espíritu de equipo. Las secuencias de entrenamiento, aunque filmadas con la estética de los 80, son visualmente atractivas y contribuyen a mostrar la dificultad que enfrentan los atletas.

A pesar de sus imperfecciones, “Elegidos para el triunfo” es una película entretenida y conmovedora que celebra el valor del trabajo duro, la amistad y la determinación. La banda sonora, compuesta por Michel Polnareff, con su estilo synth-pop característico, complementa a la perfección la atmósfera de la película. Es una película que te deja con una sensación de optimismo y que te recuerda que, con esfuerzo y colaboración, es posible alcanzar incluso los sueños más ambiciosos. No es una obra maestra, pero sí un buen ejemplo de cine deportivo inspirador y, sobre todo, un tributo al legado de John Candy.

Nota: 7/10