Ellas hablan (2022)

“Ellas hablan” es, en su esencia, una película incómoda, visceral y profundamente perturbadora. Más que una simple historia de abuso, se erige como una exploración inquietante de la dinámica de poder, la fe manipulada y el silencio impuesto a las víctimas. La película, dirigida por María Franco, se sitúa en una comunidad religiosa aislada, donde la libertad individual se sacrifica en la búsqueda de una ortodoxia férrea y, lamentablemente, se convierte en un terreno fértil para la violencia sexual. La película no ofrece un espectáculo gratuito de horror; en cambio, se concentra en el lento desmoronamiento psicológico de las mujeres y en las consecuencias devastadoras de las acciones de los hombres dentro del grupo.

La dirección de María Franco es notablemente delicada y poderosa. Evita recurrir a clichés visuales típicos del género thriller, optando por una fotografía naturalista y una banda sonora minimalista que, paradójicamente, intensifica la sensación de opresión y desasosiego. Franco se centra en la sutileza, en los pequeños gestos, las miradas perdidas, los silencios que hablan más que las palabras. La puesta en escena es claustrofóbica, la ubicación de la comunidad, una construcción rural y aparentemente idílica, se transforma en un espacio de amenaza constante. La película utiliza la fotografía y el espacio para generar tensión, y para reflejar el estado mental de las protagonistas, que viven en un perpetuo estado de alerta.

El núcleo de la película reside en las interpretaciones femeninas. Las actrices, encabezadas por Ana Torrent, ofrecen actuaciones memorables y conmovedoras. La actuación de Torrent, en particular, es magistral. Evita la sentimentalidad excesiva, transmitiendo con una intensidad inusitada el dolor, la resignación y la creciente rabia de su personaje. Las demás actrices, cada una con su propia personalidad y cicatrices, logran crear un elenco de mujeres complejas y realistas, alejadas de los estereotipos. La autenticidad de sus interpretaciones es fundamental para que el espectador se identifique con sus sufrimientos y se sienta la fuerza de su resistencia.

Si bien la película posee una gran fuerza emocional y visual, el guion, en algunos momentos, se siente un poco demasiado lento. A pesar de que esta lentitud contribuye a la atmósfera opresiva, la trama podría haberse beneficiado de un mayor desarrollo en las consecuencias de los actos de abuso, y quizás de una mayor exploración del contexto social que permite que tales situaciones prosperen. Sin embargo, la película se salva por su honestidad brutal y su capacidad para confrontar temas tabú con respeto y dignidad. Es importante destacar que la película no busca juzgar, sino simplemente presentar un relato crudo y sin adornos de la experiencia de las víctimas. El final, aunque abierto a la interpretación, se siente profundamente amargo pero también esperanzador, sugiriendo la posibilidad de un futuro donde el silencio sea roto y la verdad pueda salir a la luz.

Nota: 7/10