“Elsa y Fred” es un pequeño y sorprendente festín para los amantes del cine clásico, una película que se atreve a romper con las expectativas y a ofrecer una mirada fresca y conmovedora a la temática de la soledad, el amor tardío y el poder de la imaginación. La película, dirigida con delicadeza por José Luis Cuerda, no se basa en la grandilocuencia o en la espectacularidad, sino en la sutileza de las emociones y en la construcción de personajes entrañables.
La película se centra en la relación improbable entre Alfredo, un hombre de mediana edad consumido por la pérdida y la rutina, y Elsa, una anciana vibrante, excéntrica y con una fe inquebrantable en la magia de la vida. Su encuentro, que se presenta inicialmente como una simple vecina curiosa, se transforma rápidamente en una influencia poderosa que desafía la forma de ver el mundo de Alfredo. La química entre los actores, especialmente entre Manuel Broto, quien interpreta a Alfredo, y Ana Martín, quien encarna a Elsa, es palpable. Broto transmite a la perfección la angustia y el encasiamiento de su personaje, mientras que Martín logra dar vida a Elsa con una mezcla de vitalidad, astucia y una profunda sabiduría.
El guion, escrito por José Luis Cuerda, evita caer en clichés sentimentales. La trama no se basa en un romance apasionado y frenético, sino en un proceso gradual de descubrimiento mutuo. Elsa no busca conquistar a Alfredo, sino más bien despertar su espíritu y animarle a redescubrir la alegría de vivir. La película explora con honestidad los miedos, las inseguridades y la soledad que pueden acompañar a la vejez, pero también resalta la importancia de la conexión humana y la capacidad de reinventarse a cualquier edad. La dirección de Cuerda es, en esencia, magistral, utilizando la cámara con una sensibilidad especial para captar las expresiones y los matices de los personajes.
Además, la película no se limita a la historia de Alfredo y Elsa; ofrece también pequeños retratos de la vida cotidiana, de las relaciones entre vecinos, de los pequeños placeres que pueden encontrarse en la rutina. Los diálogos son naturales y evocadores, y la banda sonora, compuesta por Javier Navarrete, contribuye a crear una atmósfera cálida y nostálgica. La película, en definitiva, es un tributo a la vitalidad del espíritu humano y al poder de la imaginación para combatir la melancolía. Es una obra que invita a la reflexión y que, sobre todo, genera una profunda sensación de bienestar.
Nota: 8/10