“En Busca de Summerland” es una película melancólica y, en última instancia, conmovedora que se adentra en los recuerdos, el dolor y la posibilidad de una segunda oportunidad. Dirigida por Andrew Lingon, la película se ambienta en el contexto sombrío de la Segunda Guerra Mundial, utilizando el exilio de niños como marco para explorar las profundidades del trauma y la recuperación emocional. La película no busca grandes explosiones o batallas épicas; su fuerza reside en la sutil construcción de la relación entre Frank, un niño taciturno y desconfiado, y Alice, una escritora que lucha contra un pasado doloroso.
La dirección de Andrew Lingon es cuidadosa y poética. El uso de la fotografía, con una paleta de colores apagados y atmósferas densas, contribuye enormemente a la sensación de aislamiento y melancolía. No es una película llena de momentos brillantes, sino que se centra en el lenguaje corporal, las miradas y los silencios para transmitir la complejidad de las emociones. El ritmo, deliberadamente lento, permite al espectador sumergirse en el mundo de los personajes y reflexionar sobre los temas que plantea.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Louis Partridge, como Frank, ofrece una interpretación matizada y convincente. Su personaje es inicialmente frío y evasivo, y Partridge logra transmitir la vulnerabilidad subyacente detrás de su fachada. Pero el verdadero corazón de la película reside en la actuación de Olivia Cooke como Alice. Cooke, con una capacidad innata para expresar emociones complejas, da vida a una mujer marcada por un trauma profundo, pero que aún conserva la esperanza de encontrar la redención. Su evolución a lo largo de la película es particularmente conmovedora.
El guion, aunque a veces podría beneficiarse de una mayor profundidad en algunos momentos, es notablemente sutil y evocador. La historia de Summerland, la tierra de los sueños, es utilizada de forma magistral para simbolizar la búsqueda de la paz interior y la posibilidad de superar el pasado. No se simplifica el proceso de curación; los recuerdos regresan con fuerza, y el dolor persiste. Sin embargo, la película sugiere que, a través de la conexión humana y la empatía, es posible encontrar una forma de vivir con el pasado y construir un futuro mejor. Si bien algunas subtramas resultan un poco dispersas y la resolución un tanto apresurada, la película logra mantener el interés del espectador gracias a su atmósfera melancólica y a su poderosa exploración del trauma y la resiliencia humana. La película, en definitiva, no es un drama lleno de acción, sino una meditación sobre el poder de la conexión humana para sanar heridas profundas.
Nota:** 7/10