En legítima defensa (1947)

“En legítma defensa” es un melodrama noir europeo, una cinta que, si bien no revoluciona el género, ofrece una experiencia cinematográfica densa y atmosférica, capaz de sumergir al espectador en la melancolía y la sospecha de posguerra. Dirigida por Jean-Pierre Melville, un maestro del cine de bajo presupuesto que dominaba la estética del crimen y el drama, la película se siente inmediatamente familiar, evocando a clásicos como “El Halfling” o “Diva”. Melville, con su habitual precisión visual, crea un París de invierno opresivo, un laberinto de callejones oscuros, cafés tenuemente iluminados y edificios desmoronados, todos ellos contribuyentes a la sensación de paranoia y desconfianza que impregna la narrativa.

El guion, adaptado de la obra teatral de Tennessee Williams, se centra en un triángulo amoroso y de poder complicado. La protagonista, Jenny Lamour, interpretada por la excepcional Anne Blanc, se presenta como una mujer de voz seductora y ambiciones desmedidas. Blanc consigue transmitir la fragilidad y la determinación de Jenny con una sutileza impresionante. Su interpretación no es simplemente la de una femme fatale, sino la de una mujer atrapada entre el deseo, la necesidad y la lealtad, una figura compleja que lucha por mantener el control en un mundo dominado por hombres. Marcel Borotra, en el papel de Maurice, ofrece una actuación igualmente sólida, personificando la melancolía y la posesión en un personaje que, aunque caricaturesco en algunos momentos, logra generar cierta empatía. La presencia de Simone Signoret, como la anciana Lola, añade una dosis de sabiduría y misterio a la trama, y su interpretación es un auténtico alivio en medio de la tensión.

Sin embargo, el verdadero triunfo de la película reside en la dirección de Melville. Su dominio del ritmo, la fotografía en blanco y negro y la selección de la banda sonora (la icónica “Le Crime Sonore” de Mikis Theodorakis) son impecables. Melville utiliza la cámara con maestría, creando planos largos que permiten a la audiencia absorbente la atmósfera y observar los rostros de los personajes, revelando sus emociones a través de pequeños detalles. La película se construye con deliberación, desvelando la verdad poco a poco, jugando con la ambigüedad y la incertidumbre. El inspector Antoine, interpretado por los icónicos Pierre Laurent y Antoine Veyron, es un personaje intrigante, un hombre de ciencia con una sensibilidad casi poética, que se adentra en el corazón del misterio, dejando que el caso lo lleve a donde quiera. No es un detective convencional, sino un observador perspicaz, capaz de leer entre líneas y desentrañar las verdades ocultas.

Si bien algunos aspectos del guion, como ciertas conversaciones, pueden sentirse un poco lentos, la película, en su conjunto, es un ejemplo brillante del cine noir europeo. Melville logra crear una atmósfera de tensión palpable y ofrece un relato sobre la ambición, el amor, la traición y la búsqueda de la verdad, elementos que, a pesar de las convenciones del género, adquieren una resonancia particularmente fuerte en el contexto histórico de posguerra. Es una película que invita a la reflexión y a la contemplación, y que permanecerá en la memoria del espectador mucho después de que los créditos hayan finalizado.

Nota: 8/10