En nombre de la tierra (2023)

“En Nombre de la Tierra” no es simplemente una película, es una experiencia visceral. La adaptación al cine de la monumental obra de Władysław Reymont es un logro monumental, una oda a la dura belleza de la vida rural polaca en una época de profundos cambios. El director, Jan Komasa, logra trasladar la esencia misma del relato de Reymont, su complejidad moral y su retrato implacable de la vida en la campiña a través de una estética visual que es, sin duda, la joya de la corona.

La película se distingue por su utilización innovadora de la animación de pinturas realistas y pre-impresionistas. No se trata de una simple transposición visual, sino de una fusión que resalta la belleza melancólica de la naturaleza polaca, intensificando las emociones transmitidas por la historia. Las secuencias animadas, que evocan fragmentos de la vida cotidiana, las fiestas y las estaciones cambiantes, se integran de forma magistral con las escenas en live-action, creando una atmósfera única y profundamente arraigada en la cultura polaca. Es un recurso audaz que, lejos de resultar artificial, confiere a la película un sello distintivo innegable.

Las actuaciones son sólidas y honestas. Anna Lewandowska ofrece una interpretación conmovedora de Jagna, transmitiendo la fuerza y la vulnerabilidad de una mujer atrapada entre sus sentimientos y las presiones sociales de su tiempo. Piotr Cegielski, como el taciturno Boryna, encarna la dureza de la tradición y la inmovilidad del pasado. Sin embargo, es quizás Jędrzej Musiałowski, en el papel de Antek, quien destaca por su juventud, su idealismo y la frustración que siente al no poder alcanzar a su amada. Su mirada, cargada de añoranza, se convierte en un símbolo de la esperanza perdida. Las interacciones entre los personajes, especialmente las dinámicas de poder y de envidia, son palpables y auténticas.

El guion, adaptado con maestría, se adhiere fielmente al espíritu de la novela de Reymont, explorando temas universales como el amor, la libertad, la justicia y la lucha contra la opresión. La película no rehúye la crudeza de la vida en el campo, mostrando la pobreza, la explotación y la hipocresía social. Sin embargo, también celebra la resiliencia del espíritu humano, la importancia de la comunidad y el valor de las tradiciones. Es una obra que invita a la reflexión y que nos obliga a cuestionar nuestras propias normas y valores. La película no busca ofrecer soluciones fáciles, sino confrontarnos con la realidad de una sociedad en transición. El ritmo es pausado, permitiendo al espectador sumergirse en la vida de los personajes y en la atmósfera rural que envuelve la historia.

En definitiva, “En Nombre de la Tierra” es una película que se queda en la memoria. Es un hito cinematográfico que debe ser visto y apreciado.

Nota: 9/10