Érase una vez... (2020)

“Érase una vez...” no es, como muchos podrían pensar, una mera precuela de “Alicia en el País de las Maravillas” ni una simple explicación de cómo Pan se convirtió en el eterno rey de Nunca Jamás. Es, en su lugar, una obra maestra de atmósfera y construcción de personajes que, a pesar de su extensión, logra construir un relato absorbente y profundamente conmovedor. La película se centra en la tristeza y la desesperación que rodean a los jóvenes hermanos Alicia y Peter, quienes se encuentran en medio de un duelo devastador tras la trágica muerte de su hermano mayor. Esta premisa, tan sombría y realista, contrasta con el mundo de fantasía que posteriormente explorarán, dando un peso emocional inmenso a sus viajes.

La dirección de Víctor Del Bozo es, sin duda, el elemento más destacable de la película. El estilo visual es evocador y onírico, con una paleta de colores apagados que refleja el estado emocional de los personajes. La fotografía de José Luis Merino, con sus encuadres contemplativos y la recurrente utilización del color azul, crea una atmósfera de ensueño, pero también de melancolía. Del Bozo se permite un ritmo pausado, que invita a la reflexión y a la inmersión en el mundo de los hermanos. No se apresura en explicar las motivaciones o en mostrar la magia, sino que se concentra en la relación entre los personajes y en la lenta, gradual construcción de su mundo interior.

Las actuaciones son excepcionales. Tom Steinen y Asa Butterfield, como Alicia y Peter, logran transmitir la complejidad de sus emociones con una honestidad brutal. Ambos actores ofrecen interpretaciones matizadas que van más allá de la mera representación de personajes; los vemos crecer, experimentar la pérdida y enfrentarse a sus propios miedos. El resto del elenco secundario, incluyendo a Fiona Shaw como la madre, aporta profundidad y veracidad a la historia. Particularmente memorable es la presencia de Bill Nighy, que interpreta al padre, un hombre roto y consumido por el dolor, pero que aún conserva un atisbo de amor y esperanza para sus hijos.

El guion, escrito por Del Bozo y Carlo Placanica, es notablemente inteligente y sutil. No se limita a narrar hechos; explora las consecuencias psicológicas del duelo y las maneras en que los niños lidian con la pérdida. La película no intenta dar respuestas fáciles. En cambio, plantea preguntas sobre el amor, la familia y la importancia de la imaginación como mecanismo de escape. El desarrollo de los personajes es cuidadoso y natural, evitando la sentimentalidad excesiva. La transición a los viajes al País de las Maravillas y a Nunca Jamás se siente orgánica, como una consecuencia lógica de la necesidad de los hermanos de encontrar un nuevo mundo donde puedan encontrar consuelo y significado. Si bien la película podría haberse beneficiado de un desarrollo más profundo de ciertos aspectos de la trama, su fuerza reside en su atmósfera, sus personajes y su exploración honesta de la pérdida.

Nota: 8/10