Ernest y Célestine (2012)

“Ernest y Celestine” no es simplemente una película de animación; es una carta de amor a la infancia, a la ternura y a la belleza de lo simple. Esta joya, dirigida por Xavier Kohl y Martin Vogel, logra evocar un mundo de fantasía con un realismo emotivo que pocas veces se ve en el cine actual. La película, que sigue la inesperada amistad entre un oso notorio y una ratona despreocupada, se presenta como una historia de descubrimiento, aceptación y el valor de la autenticidad.

La dirección artística es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. El animatrografo y el diseño de producción han creado un universo visualmente rico y profundamente arraigado en la tradición de los cuentos animados europeos. Los colores son vibrantes y evocadores, el diseño de los personajes y sus ambientes es detallado y sorprendentemente realista, logrando una sensación de inmersión total. La estética es, por decirlo suavemente, un deleite visual que complementa a la perfección la narrativa. No se trata de una animación ostentosa o técnica; es una belleza sutil, refinada y llena de calidez.

Las actuaciones de voz son igualmente excepcionales. Guillaume Nicloux como Ernest y Anaïs Deloré como Celestine ofrecen interpretaciones magistrales. Nicloux, en particular, captura la frustración y la inexpresividad del oso, a la vez que transmite sutiles destellos de emoción bajo su exterior. Deloré, por su parte, brilla con su energía desbordante y su mirada curiosa. La química entre los dos actores de voz es palpable, lo que contribuye enormemente al éxito de la historia. El resto del reparto secundario también está bien interpretado, con personajes que, aunque no siempre memorables, cumplen su función dentro de la narrativa.

El guion, adaptado de un cuento del ilustrador René Goscinny y el pintor Georges Schreiber, es sencillo pero efectivo. No intenta complicar la historia con tramas secundarias o giros argumentales innecesarios. La fuerza de la película reside en su humildad y en la honestidad de sus personajes. La trama, centrada en la búsqueda de un lugar donde Ernest y Celestine puedan ser ellos mismos, es una metáfora de la necesidad de escapar de las expectativas sociales y de encontrar la felicidad en la compañía de quienes nos aceptan tal como somos. El ritmo es pausado, permitiendo al espectador disfrutar de los pequeños detalles y de la conexión entre los personajes. Se presta especial atención a la construcción de la relación entre Ernest y Celestine, mostrando la evolución de su amistad a través de pequeños gestos y momentos de complicidad.

En definitiva, “Ernest y Celestine” es una película conmovedora y encantadora que celebra la amistad, la aceptación y la belleza de lo auténtico. Es una obra maestra del cine de animación que merecería ser vista por toda la familia. Un recordatorio de que, a veces, las mayores aventuras se encuentran en los momentos más sencillos.

Nota: 9/10