Escándalo (1989)

“Escándalo” (The Scandal), la adaptación de la novela de Sarah Bradford a la película de Matthew Jenkins, no es simplemente un drama político o una recreación de un evento histórico; es un estudio de personajes inquietante y un reflejo de la fragilidad moral de una nación en medio de una era de tensión nuclear. La película, con una dirección cuidadosa y un tratamiento sutil de la tensión, logra transportar al espectador a la Inglaterra de 1963, una Inglaterra que se aferraba precariamente a su posición de “gran potencia”, pero que en realidad, se enfrentaba a una crisis interna mucho más turbia.

La dirección de Jenkins se distingue por su meticulosa atención al detalle y por su capacidad para crear una atmósfera de opulencia y peligro. No se rehúsa a mostrar la riqueza y el glamour de la alta sociedad británica, pero, al mismo tiempo, se presta atención a los rincones más oscuros, a la insidiosa paranoia que corría bajo la superficie. La fotografía, en gran parte en blanco y negro, contribuye a este efecto, a veces con tonalidades apagadas que sugieren la corrupción y la decepción, otras con contrastes sutiles que resaltan el lujo y la sofisticación. El ritmo de la película es pausado, permitiendo que las relaciones entre los personajes se desarrollen con naturalidad y que la tensión se acumule gradualmente. Hay una notable labor de diseño de vestuario y escenografía, que, sin ser ostentosos, transmiten con precisión el ambiente de la época.

El reparto es, en su mayoría, excelente. Max Pinner como Stephen Ward se erige como el corazón de la película, y su interpretación es magistral. Logra transmitir una mezcla de carisma, vulnerabilidad y, sobre todo, una profunda ambigüedad moral. Jonathan Pryce, como John Profumo, aporta una presencia imponente, aunque sin caer en estereotipos de villano. Su personaje es más complejo de lo que sugiere la trama, un hombre atrapado en una red de poder y con secretos propios. Sally Hawkins, en el papel de Christine Keller, ofrece una actuación conmovedora, capturando la desesperación y la confusión de una joven desorientada por un escándalo que la arrastra a un abismo que no esperaba. La química entre los tres actores principales es palpable, lo que enriquece las escenas de diálogo y las interacciones entre los personajes.

El guion, basado en la novela de Sarah Bradford, es sólido, aunque en algunos momentos podría haber profundizado más en las motivaciones de los personajes secundarios. La película se centra principalmente en los tres protagonistas, y aunque esto permite una exploración más íntima de sus vidas, podría haber ofrecido más detalles sobre las implicaciones políticas y las consecuencias del escándalo en el ámbito gubernamental. Sin embargo, la película evita simplismos y presenta una visión matizada de los eventos, evitando la propaganda y centrándose en el impacto del escándalo en la vida personal de las personas involucradas. La tensión, planteada a lo largo de la narrativa, es constante, pero nunca forzada, y la resolución del conflicto, aunque inevitable, resulta satisfactoria. Es, sin duda, una película que invita a la reflexión sobre la hipocresía, la responsabilidad y las consecuencias de nuestras elecciones.

Nota: 8/10