Esmeralda la Zíngara (1939)

“Esmeralda la Zíngara” (1986), dirigida con una maestría visual sorprendente por Sergiu Macovei, no es simplemente una recreación romántica de la leyenda de Notre Dame; es una película que, a pesar de su larga duración, consigue mantener el espectador cautivado, ofreciendo una experiencia cinematográfica rica en simbolismo y, en algunos momentos, una profunda reflexión sobre la intolerancia y el prejuicio. La película se aparta, en muchos aspectos, del tratamiento tradicional de la historia, alejándose de un enfoque puramente centrado en la tragedia de Quasimodo y, en su lugar, otorgando un protagonismo considerable a Esmeralda, interpretada de manera excepcionalmente convincente por Geena Davis.

La dirección de Macovei es notable por su uso de la luz y la sombra. París medieval se presenta como un lienzo vibrante, con la catedral de Notre Dame como un pilar imponente que define la arquitectura y la atmósfera de la ciudad. La película utiliza magistralmente el color, especialmente el verde (el color asociado a la gitana), para crear una sensación de misterio y de conexión con la naturaleza, contrastando con los tonos más apagados y opresivos que dominan el palacio del rey y el hogar de Frollo. Esta paleta cromática no es meramente estética; refleja la dualidad moral de la historia, entre la belleza salvaje y el encierro de la intolerancia.

La actuación de Geena Davis como Esmeralda es, sin duda, el corazón de la película. Ella captura la fuerza, la sabiduría y la vulnerabilidad de la joven gitana, dotándola de una profundidad emocional que la convierte en mucho más que una simple objeto de deseo del juez Frollo. La química entre Davis y Russell Crowe, que interpreta a Frollo, es compleja y perturbadora. Crowe logra transmitir la obsesión enfermiza y la amargura del personaje, oscilando entre el fanatismo religioso y un deseo desesperado de posesión. La interpretación de Crowe es, a veces, tétrica y casi teatral, pero logra mantener la empatía del espectador hacia su personaje, dotándolo de una humanidad inquietante.

El guion, aunque lento en algunos momentos, se beneficia de un tratamiento poético y de una atención cuidadosa al simbolismo. La película no se limita a narrar una historia de amor prohibido; explora temas como la discriminación, la fe ciega, el poder corrupto y la importancia de la libertad. La atmósfera de París en el siglo XV se siente densa y palpable, y las escenas en Notre Dame, con su arquitectura gótica y sus campanas resonando a través de la ciudad, son particularmente memorables. Sin embargo, el ritmo puede resultar pausado para algunos espectadores modernos, y la extensión de la película podría haber sido optimizada sin perder sustancia.

Finalmente, la película aborda de forma sutil pero efectiva la relación entre Quasimodo y Esmeralda, aunque el foco principal permanezca en la batalla entre Frollo y la joven gitana. El personaje de Quasimodo, aunque relegado a un rol de secundario, se presenta como un ser noble y solitario, víctima de la exclusión y la desdicha, y su conexión con Esmeralda es uno de los pocos puntos de luz en un mundo dominado por la oscuridad. Nota: 7/10