Esos ojos, esos labios (1980)

“Esos ojos, esos labios” es un melodrama de los años cincuenta que, si bien cuenta con un encanto nostálgico inherente al género, no logra alcanzar la grandeza que se le prometía. La película, dirigida con una sensibilidad moderada por Thomas Bedigian, se aferra a un tono melancólico y a un romanticismo convencional que, sin llegar a ser del todo artificial, se siente a veces un tanto predecible. La película, en esencia, explora la frustración, el anhelo y la búsqueda de identidad de un joven idealista en un contexto de Hollywood en transición.

La película se centra en Artie Shoemaker (Tom Hulce), un joven médico en formación que, en lugar de dedicarse diligentemente a sus estudios, se refugia en el teatro de verano de Ohio. Su inexperiencia y torpeza le valen la crítica constante del exigente director, pero se salva gracias a la protección de Harry Crystal (Frank Langella), un primer actor veterano y algo desdichado, que sirve como modelo y mentor. Esta dinámica, en esencia, funciona con solidez, gracias en gran medida a la química entre Hulce y Langella. Langella ofrece una interpretación particularmente convincente, transmitiendo una mezcla de arrogancia, amargura y un toque de benevolencia paternal que es fundamental para el desarrollo del personaje. Hulce, por su parte, se muestra competente, aunque su interpretación carece a veces de la profundidad que podría haberle dado mayor impacto.

Sin embargo, la película, si bien establece un ambiente palpable de los años 50, con sus modas, sus valores y su promesa de glamour, no profundiza lo suficiente en el contexto social y cultural de la época. La trama principal se centra casi exclusivamente en el amor no correspondido de Artie por una de las bailarinas, una relación que, aunque dramática, se siente un tanto superficial. El guion, por lo tanto, podría haberse beneficiado de una mayor complejidad y de una exploración más detallada de las aspiraciones y los desafíos que enfrentaba la juventud en esa época. La dirección de fotografía es agradable, recreando con cierto éxito la atmósfera de la época, pero carece de originalidad y se limita a reproducir clichés visuales. El uso de la música, aunque apropiada, a veces resulta demasiado sentimental.

La película tiene momentos de verdadera ternura y cierta elegancia, pero se ve limitada por su falta de audacia narrativa y por la previsibilidad de su estructura. La película, en última instancia, se siente como un melodrama convencional, carente de sorpresas y de una profundidad emocional que le hubiera permitido destacar entre el abundante mar de películas románticas de época. A pesar de sus virtudes, “Esos ojos, esos labios” es, en general, una experiencia cinematográfica discreta que no dejará una huella duradera.

Nota: 6/10